LA CRISIS ECOLÓGICA Y EL ASCENSO DEL POSFASCISMO
[Τraducción de los compañeros del colectivo Editorial Pensamiento y Batalla. Una traducción alternativa fue publicada por los compañeros de Colapso y Desvío (Amapola Fuentes) aquí]
La crisis ecológica afecta profundamente a las condiciones materiales de la reproducción social, extendiéndose más allá de los “desastres naturales” para abarcar una profundización de las contradicciones inherentes al capitalismo. Esta crisis no sólo se manifiesta en acontecimientos como inundaciones, sequías y pandemias, sino que también desempeña un papel directo a la hora de alimentar conflictos, malestar social y desplazamientos masivos. En lo que sigue, intentamos exponer un argumento exhaustivo sobre la conexión entre la crisis ecológica y el ascenso de lo que llamamos la corriente posfascista, una tendencia política e ideológica que está surgiendo en todo el mundo. El posfascismo es la forma política de la conversión de la indignación generalizada de las masas ante las condiciones de la existencia social en nacionalismo, racismo y conflicto etnocultural sin cuestionar en lo más mínimo las formas dominantes del liberalismo autoritario. Por el contrario, sirve de complemento a estas formas, actuando como palanca para normalizar políticas antaño consideradas extremas e inaceptables, al tiempo que crea un falso adversario que las legitima.
La forma capitalista del metabolismo entre sociedad y naturaleza
La forma capitalista del metabolismo entre sociedad y naturaleza se define por la tendencia del capital hacia su propia expansión ininterrumpida e ilimitada como valor autovalorizándose. Esta tendencia entra necesariamente en conflicto con las condiciones materiales y temporales naturalmente determinadas de la producción, como los ciclos biológicos de reproducción de animales y plantas. El carácter homogéneo, divisible, móvil y cuantitativamente ilimitado de la forma valor se opone directamente a la unidad e indivisibilidad de los productos de la naturaleza, con su diversidad cualitativa, su especificidad local y sus límites cuantitativos.
El hecho de que el capital considere cada límite natural socialmente condicionado como una barrera a superar no significa que tal superación sea realmente posible sin alterar los equilibrios ecológicos locales o incluso planetarios. Al contrario, es precisamente aquí donde se origina el potencial tanto de cambios catastróficos en los ecosistemas locales y periféricos como de una alteración más amplia del equilibrio ecológico planetario. La ruptura del actual equilibrio ecológico planetario (con la emergencia del Antropoceno), la acumulación de gases de efecto invernadero, contaminantes y sustancias tóxicas, y la alteración catastrófica potencialmente irreversible del clima –que conduce a la destrucción de los prerrequisitos naturales para la satisfacción de las necesidades sociales humanas– no son resultados inevitables del conflicto entre la sociedad y la naturaleza. Por el contrario, son fenómenos históricos específicos ligados a la prevalencia del modo de producción capitalista.
L@s gestor@s y expert@s capitalistas empiezan a hablar de “gestión racional de los recursos naturales” cuando la productividad del capital se ve comprometida por las prácticas despilfarradoras y destructivas inherentes a los procesos de producción de las empresas y Estados que gobiernan. Esto incluye el agotamiento de las tierras cultivadas, la deforestación, la contaminación del agua, el agotamiento de los combustibles fósiles de fácil extracción y de los elementos raros, etc. Cuando la degradación del medio ambiente obstaculiza la reproducción ampliada del capital, por ejemplo, mediante una ralentización de la productividad agrícola o un mayor gasto en la lucha contra las enfermedades relacionadas con la contaminación, aumentando así el valor de la fuerza de trabajo, estas instancias de degradación del medio ambiente son etiquetadas por la economía dominante como “externalidades medioambientales” o “fallos del mercado debidos a la falta de derechos de propiedad”, entre otros términos. Estas categorías representan, de forma mistificada, la necesidad de trasladar el aumento del coste del capital al proletariado global a través de la imposición de impuestos sobre el consumo y la concesión de subvenciones a las empresas capitalistas para la adopción de “tecnologías ecológicas” (“Green Deal”, “energías renovables”, “economía circular” y similares), con el fin de “internalizar las economías ambientales externas”, según la jerga económica.
La naturaleza como categoría social
La naturaleza no está dada inmediatamente: no puede haber un conocimiento no mediado de la naturaleza. Su conocimiento y su concepto están mediados socialmente: la percepción de lo que es natural en cualquier etapa dada del desarrollo social, y el modo en que se relaciona con la humanidad, así como la forma, el contenido, el alcance y la objetividad de este concepto, están todos influenciados por las condiciones sociales. Por lo tanto, la proposición de que la naturaleza es una “categoría social” implica, ante todo, que todos los objetos naturales están socialmente mediados por la forma fundamental de objetividad que prevalece en una sociedad particular –es decir, en el capitalismo, por la forma valor[1]–.
Como ya hemos argumentado, la tendencia del valor autovalorizándose hacia una expansión ilimitada convierte a la naturaleza en un mero objeto para la humanidad, una mera cuestión de utilidad, un objeto del que apropiarse libremente sin preocuparse por el despilfarro de sus riquezas y poderes –y mucho menos por su “legado en un estado mejorado a las generaciones venideras”[2] –. No existe una regulación racional del metabolismo entre la sociedad y la naturaleza que pueda garantizar la satisfacción de las ricas y diversas necesidades humanas sin el agotamiento de los recursos naturales. Esta es la base de la crisis ecológica a la que nos enfrentamos hoy, cuya principal expresión es el catastrófico cambio climático.
Pero aparte de esta concepción abstracta, calculable y formalmente/instrumentalmente racional de la naturaleza que se desprende de la estructura económica del capitalismo, surgió otra concepción de la naturaleza como reacción contra la cosificación del capital y su tendencia a “despojar a l@s human@s de su esencia humana”: una concepción romántico-irracionalista que atribuye a la naturaleza el significado de un crecimiento orgánico, en contraste con las estructuras artificiales de la civilización humana. Como señala astutamente Georg Lukács: “el concepto de ‘crecimiento orgánico’ como consigna militante contra la reificación adquirió, a través del romanticismo alemán, la escuela histórica del derecho, Carlyle, Ruskin, etc., una connotación reaccionaria cada vez más clara”[3]. A pesar de sus pretensiones, la concepción romántica/organicista de la naturaleza sirve de justificación del orden de cosas imperante. Su rechazo de la reificación capitalista asume el carácter de una oposición únicamente a los elementos igualitarios, antijerárquicos y antiautoritarios de la modernidad que, por otra parte, son tachados de decadentes, degenerados, “humanistas” o “judeo-comunistas” por la excrecencia fascista de esta corriente.
La invocación de la “sangre y la tierra”, la idea de una conexión mística entre un grupo étnico concreto y un paisaje geográfico particular, la diferenciación entre l@s “autómatas” y l@s “ensimismad@s”, la idea de la naturaleza como un modelo para las relaciones sociales ideales basadas en la escasez, la “jerarquía” racial, la competencia y la “selección” son todos atributos de la forma nacionalista desarrollada de la concepción romántico-irracionalista de la naturaleza. Esta concepción es parte integral de un programa ideológico para la contención y desviación de las luchas sociales y de clases hacia el conflicto intraproletario por motivos nacionales y raciales. Pretende refrendar y consolidar la desigualdad y la jerarquía como el estado natural de las cosas.
Es importante señalar que la concepción de la naturaleza promovida por el fascismo histórico y el nazismo fue un intento de reconciliar estos dos polos. El conocimiento positivista y el saber tecnológico se combinaron con un poderoso sentimiento de identidad del inmortal “Volk” y de lo “espiritual”. La palingenesia de la nación dentro de un nuevo orden mundial vinculó la noción del choque mítico de las culturas aria y no arias –una lucha a muerte por la existencia– con elementos pseudocientíficos de la antropología racial, el darwinismo social y la eugenesia. La recuperación de tierras en el Este era al mismo tiempo un proyecto racial de “vuelta a la tierra” y la realización de una “utopía” tecnocrática (es decir, distopía) que se pretendía crear “a través de un proceso de destrucción purgativa, la subyugación despiadada y el ‘reasentamiento’ de las razas indígenas eslavas, la erradicación de su cultura, la aniquilación de judíos, comunistas, prisioneros de guerra y todo lo que oliera a subversivo o a disgénico”[4].
La crisis ecológica y el ascenso de las ideologías reaccionarias
La crisis ecológica descrita en la primera sección de este ensayo es un aspecto clave de esa prolongada crisis de reproducción del capital que forma el sustrato de todo el período histórico desde la “Gran Recesión” de 2008. El estallido de la pandemia del SARS-CoV-2, una crisis sanitaria mundial que es otra forma de la “policrisis” del capital unitario[5], fue en sí mismo un producto de la forma en que la producción capitalista se relaciona con el mundo no humano, y ocurrió en un momento en que incluso las economías más fuertes luchaban por escapar del prolongado estancamiento económico y de unas tasas de crecimiento excesivamente bajas. Las perturbaciones existentes y previstas causadas por el cambio climático se intersectan con las catástrofes actuales de pobreza y violencia. Estos problemas se exacerban y amplifican mutuamente, y unos se manifiestan a través de los otros.
Las medidas adoptadas para reforzar la reproducción y la acumulación social capitalistas durante la pandemia y tras el estallido de la “crisis inflacionaria” no pudieron revertir los problemas más profundos de rentabilidad y de reproducción ampliada del capital a escala mundial. Como resultado, a pesar de todo el parloteo sobre un “aterrizaje suave” de la economía, incluso l@s economistas de la corriente dominante siguen prediciendo un prolongado período de estancamiento secular (o incluso de “estanflación”) para el próximo período. Debido a las precarias o sombrías condiciones de vida en muchas partes del mundo, una vez que se levantaron las medidas restrictivas del COVID se produjo un significativo repunte de los flujos migratorios. Desde Ucrania y Nagorno Karabakh hasta Palestina, Eritrea y el Sahel Occidental, pasando por Haití, Cuba y Venezuela, los desplazamientos humanos han adquirido últimamente proporciones inmensas. En casi todas partes, esto se ha debido a factores como los efectos adversos del cambio climático (sequías, inundaciones e incendios forestales), el estallido de conflictos militares y el creciente empobrecimiento provocado por la pandemia, el aumento de los precios de los alimentos y los efectos del aumento de las tasas de interés por parte de los bancos centrales del Norte global sobre los países más pobres del mundo.
Es obvio que la dimensión ecológica de la crisis capitalista exacerba las contradicciones existentes, ya que está directa e indirectamente relacionada con el desplazamiento de enormes cantidades de personas, lo que conduce a un aumento sustancial de los flujos migratorios. Por eso, además de los clásicos delirios reaccionarios del darwinismo social que presentan la desigualdad y la “supervivencia del más fuerte” como “hechos de la naturaleza” inevitables e irrevocables (por ejemplo, los delirios que impregnan el negacionismo del COVID y el discurso antivacunación en relación con la supuesta superioridad de la “inmunidad natural”), también han resurgido diversas versiones regurgitadas del neomalthusianismo.
Una versión supuestamente más “sobria” de esta ideología reproduce los puntos principales expuestos por Garrett Hardin en su artículo de 1974 “Lifeboat Εthics”, a saber, que la Tierra es como un océano en el que l@s habitantes de los países ricos flotan en botes salvavidas, mientras que las personas desfavorecidas de las regiones más pobres quedan a la deriva. Según Hardin, la capacidad de los botes salvavidas es finita y si las naciones ricas dejan entrar a l@s pobres en el bote salvavidas, tod@s están condenad@s: “Justicia completa, catástrofe completa”. L@s reaccionari@s posizquierdistas como Sahra Wagenknecht, por ejemplo, afirman que los limitados recursos del “Estado del Bienestar” deberían asignarse a l@s ciudadan@s de la nación, suscribiendo el discurso de los regímenes de austeridad neoliberales que promueven la imposición social de la escasez a través de medidas de austeridad. La escasez actual, sin embargo, no es “natural”, sino que está condicionada social y políticamente por la dinámica interna de la acumulación capitalista.
Una ideología poblacionista reaccionaria más descarada es la llamada teoría del “Gran Reemplazo”, muy popular entre la extrema derecha, la “derecha alternativa” y l@s nazis declarad@s. Según esta teoría de la conspiración, las “élites globalistas” están reemplazando demográfica y culturalmente a las poblaciones blancas por personas no blancas y especialmente musulmanas a través de la migración masiva, el crecimiento demográfico diferencial y la caída de la tasa de natalidad de l@s europe@s y estadounidenses blanc@s. Este descenso de tasa de la natalidad se atribuye a la “ideología de género”, las vacunaciones masivas, las “enfermedades fabricadas” (el COVID es presentado como tal), la teoría de la conspiración de las estelas químicas, la legalización del aborto, el control mental y la manipulación de los medios de comunicación, los “xenoestrógenos” contenidos en la soja modificada genéticamente y otros OMG… y todo este disparate continúa sin cesar. La teoría de la conspiración del “Gran Reemplazo” comparte con los discursos neomalthusianistas más “respetables” un desdén por la reproducción excesiva de l@s pobres, que son retratad@s como una amenaza para l@s “miembros más industriosos y más dignos” de la sociedad[6].
El manifiesto titulado “El Gran Reemplazo”, publicado en línea por el autodenominado “Ecofascista Etnonacionalista” que asesinó a 51 fieles musulmanes en Nueva Zelanda el 15 de marzo de 2019, lamenta la disminución de la tasa de fertilidad de las “naciones blancas” en comparación con las “razas” no blancas. Como escribió el asesino en su despotricar nocivo: “el medio ambiente está siendo destruido por la sobrepoblación [sic], nosotros, los Europeos somos uno de los grupos que no estamos sobrepoblando el mundo. Los invasores son los que están más poblando el mundo. Matemos a los invasores, matemos la superpoblación y así salvaremos el medio ambiente”. Es remarcable que el cambio climático esté directamente relacionado con la inmigración y las tasas de natalidad. En respuesta a la pregunta “¿Por qué centrarse en la inmigración y las tasas de natalidad cuando el cambio climático es un tema tan importante?”, escribe “Porque son los mismos temas”.
Negacionismo del cambio climático
La perversa conexión entre el cambio climático y el “gran reemplazo” puede atribuirse a una sensación compartida de crisis catastrófica no localizable. Sin embargo, el enfoque estándar de la emergente corriente de extrema derecha –cuya composición procede tanto de la derecha como de la izquierda– es el negacionismo del cambio climático. Hay varias formas de negacionismo: negacionismo de la tendencia (“no hay aumento de la temperatura”), negacionismo de la atribución (“es causado por los ciclos del sol y no por los humanos”), negacionismo del impacto (“no hará ningún daño, al contrario, ayudará al crecimiento de los bosques”), negacionismo de la acción (“no podemos/no necesitamos hacer nada”) y negacionismo de la urgencia (“todavía tenemos mucho tiempo para responder”). La razón por la que el negacionismo del cambio climático prevalece dentro de esta corriente es el hecho de que resulta difícil echarle la culpa a l@s inmigrantes y descubrir causas locales nacionalistas de un fenómeno global que es una expresión de la estructura y la lógica transnacional de la producción capitalista, que está inextricablemente vinculada a los combustibles fósiles como su fuente de energía más importante.
La negación del cambio climático garantiza que el capitalismo como modo de producción permanezca inmune a las críticas, suprimiendo así la necesidad de transformar sus relaciones de producción. En cambio, sus cataclísmicos resultados sociales y sufrimientos –experimentados principalmente por las poblaciones más pobres (hambrunas, enfermedades, conflictos civiles, etc.) – se atribuyen a su propia ineptitud.
Por si fuera poco, en lugar de abordar sus causas, se adoptan medidas de seguridad asesinas en el contexto de la gestión militarizada de las consecuencias de la crisis climática. Como observan Sam Moore y Alex Roberts en The Rise of Ecofascism, “el negacionismo intenta traspasar los límites medioambientales, externalizando los riesgos a otros. La securitización convierte este riesgo en un control rentable. Más que dos tendencias separadas, se alinean cada vez más como dos facetas de la gobernanza de la naturaleza y la sociedad: una produce y desplaza el riesgo, la otra lo capitaliza”[7]. Un ejemplo paradigmático es la política de la administración Trump, que por un lado negó la existencia del cambio climático, y por el otro, promovió la ampliación del muro en la frontera de Estados Unidos con México, que sirve para impedir la afluencia de migrantes creada por la crisis climática.
Ecología reaccionaria y teorías de la conspiración
No es sorprendente que las fuerzas de extrema derecha en la vanguardia de la negación del cambio climático expresen simultáneamente un discurso localista y nacionalista a favor de la protección del medio ambiente, e incluso hayan intentado involucrarse en protestas contra la instalación de turbinas eólicas y otras luchas medioambientales locales. Este tipo de ambientalismo no ataca la explotación capitalista de la naturaleza, sino que desplaza la cuestión hacia la defensa del “suelo nativo” y el paisaje, y de la cultura y el modo de vida nacional “tradicional”. Casa Pound en Italia, la Alternativa Patriótica en Gran Bretaña y Amanecer Dorado (GD) en Grecia trataron la destrucción del medioambiente local (por ejemplo, las montañas de Mani, en el caso de los cuadros locales de GD, una parte del sur del Peloponeso) como una violación escandalosa de los límites naturales, defendiendo al mismo tiempo la condición estructural de las emisiones de carbono (por ejemplo, la minería y la quema de lignito para la generación de electricidad en el norte de Grecia).
Abordar la crisis climática global requeriría una transformación radical de la producción en general y de la producción energética en particular. Por el contrario, el “capitalismo verde” y el desarrollo de la “producción de energías renovables” no constituyen una solución al problema del desastre medioambiental, y crean aún más daños de otras maneras. Según el Banco Mundial, el aumento de la extracción de materiales que sería necesario para construir suficientes instalaciones solares y eólicas para producir una producción anual de unos 7 teravatios de electricidad en 2050, con el fin de alimentar aproximadamente la mitad de la economía mundial, es tremendo: 17 millones de toneladas de cobre, 20 millones de toneladas de plomo, 25 millones de toneladas de zinc, 81 millones de toneladas de aluminio y nada menos que 2.400 millones de toneladas de hierro[8]. La transición a las energías renovables requerirá un aumento masivo con respecto a los niveles actuales de extracción. La demanda de neodimio –un elemento esencial en las turbinas eólicas– tendrá que aumentar un 35% para alcanzar el objetivo de cero emisiones, mientras que la demanda de indium, esencial para la tecnología solar, se triplicará, y se prevé que la demanda de litio, necesario para el almacenamiento de energía, se multiplicará por 27. Si examinamos sólo el litio, las fugas químicas de las minas de litio han envenenado ríos desde Chile hasta Argentina, desde Nevada hasta el Tíbet, acabando con ecosistemas enteros de agua dulce[9]. Y estas cifras sólo cubrirían la energía necesaria para la producción capitalista existente. En otras palabras, a menos que se produzca una transformación radical de la reproducción social, la llamada “energía limpia” puede llegar a ser tan destructiva como los combustibles fósiles[10].
Sin embargo, las críticas que se originan de las fuerzas reaccionarias no ponen el foco en el modo de producción capitalista y la dinámica de la acumulación capitalista, sino que promueven una narrativa nacionalista-populista según la cual “la gente común” se ve amenazada por las “élites” liberales y cosmopolitas –l@s llamad@s “globalistas”– que explotan la “mentira del cambio climático” para promover sus intereses a su costa, destruyendo el medio ambiente, el modo de vida y la economía locales para lograr la gobernanza global (el “Nuevo Orden Mundial”)[11] y/o promover “una industria mundial multimillonaria”[12]. Por supuesto, el cambio climático está siendo explotado por las corporaciones capitalistas de todo el mundo para obtener ganancias. Sin embargo, el hecho de que sectores del capital puedan obtener beneficios de esta explotación no significa, por supuesto, que “el clima sea un engaño, del mismo modo que el hecho de que Pfizer reporte enormes ganancias no convierte al COVID en un engaño”. Habría que haber renunciado a toda capacidad de pensamiento crítico para llegar a tales conclusiones, ya que delatan una grave falta de comprensión sobre cómo funcionan la mercantilización y la rentabilidad capitalistas[13].
El pensamiento conspirativo no se limita a desviar el descontento de las relaciones sociales capitalistas. También es instrumentalizado por los gobiernos para culpar de sus fracasos a los chivos expiatorios más convenientes, dirigiendo la ira contra los sectores más débiles y marginados de la población. En el caso de Grecia, las muy extendidas teorías conspirativas de que los incendios forestales son provocados por piróman@s como parte de un plan maestro para despoblar zonas enteras, cambiar el uso del suelo, instalar turbinas eólicas o, en otra versión, por agentes secretos de Turquía o elementos sospechosos que conspiran contra el país, se han convertido en parte del discurso oficial del Estado griego. Mitsotakis, el actual primer ministro de Grecia no dudó en repetir y promover la narrativa racista conspirativa de que l@s migrantes/refugiad@s fueron l@s responsables del desastre sin precedentes de los incendios de Evros de agosto de 2023, a pesar de que las declaraciones oficiales del servicio de bomberos atribuían el incendio a un rayo en el contexto de un fenómeno de tormenta seca. Al mismo tiempo, dio cobertura política a las milicias fascistas que operaban en la frontera deteniendo, torturando y robando ilegalmente a inmigrantes y refugiad@s, presentando los pogromos racistas como actos de “justicia vigilante” contra l@s (inexistentes) piróman@s, mientras pasaba completamente por alto el hecho de que estas milicias se formaron en plena cooperación con las autoridades locales, los guardias fronterizos y la policía.
Otra práctica negacionista de la que se apropió e instrumentalizó el gobierno griego consistió en acusar a científic@s e instituciones de servir a la agenda política de un nefasto enemigo de la nación (en algunos casos este enemigo se identifica con las élites globalistas, en otros con l@s izquierdistas traidor@s que sirven a los intereses de países enemigos). En primer lugar, el Ministerio de Medio Ambiente atacó a Copernicus, el programa europeo de observación de la Tierra (el componente de observación de la Tierra del programa espacial de la Unión Europea al que más tarde se recurrió oficialmente para ayudar con las inundaciones), afirmando que su evaluación de la vasta área destruida por los incendios era inexacta porque las imágenes de satélite tienen “baja resolución”. A continuación, l@s diputad@s de Nueva Democracia atacaron al Observatorio Nacional de Atenas, afirmando que realizaba propaganda y juegos políticos debido a los datos que publicaba sobre los megaincendios y el enorme aumento de la superficie quemada. Es evidente que para encubrir la total inadecuación e incompetencia de las infraestructuras y servicios estatales a la hora de hacer frente a los desastres causados por el calor y la sequía sin precedentes y las inundaciones extremas que están volviendo con una frecuencia sin precedentes debido al cambio climático, las autoridades estatales no dudarán en utilizar cualquier medio, incluidos los métodos y el lenguaje de la extrema derecha fascista[14].
Posfacismo
Este enfoque autoritario puede permitir que el saqueo de la naturaleza continúe sin trabas, trasladando los costos y riesgos de la crisis climática a los sectores más débiles del proletariado global. Ante el creciente antagonismo y el endurecimiento del autoritarismo estatal contra cualquier demanda, es probable que una parte significativa de la población proletaria “interna” se alinee con el autoritarismo gobernante y acepte como estrategia de supervivencia una “solución” autoritaria a toda cuestión social, incluida la cuestión del cambio climático, mediante una profundización de las divisiones en el seno del proletariado.
La expresión política de esta tendencia puede verse en el surgimiento, en todo el mundo, de una nueva corriente de extrema derecha que o bien ha tomado el poder (Argentina, Hungría, Italia) o bien se alterna con fuerzas neoliberales autoritarias (que incluyen a los llamados partidos de izquierda y socialdemócratas que se han transformado en neoliberales en los últimos 35 años). En ambos casos, se ha normalizado la deshumanización de l@s inmigrantes indocumentad@s y de l@s ciudadan@s marginad@s (romaníes, drogadict@s y personas sin hogar). La máscara de un supuesto carácter “antisistémico” permite a la nueva corriente de extrema derecha movilizar en masa a los sectores más reaccionarios y desafectos de la clase obrera y la pequeña burguesía a favor de la restauración de la homogeneidad nacional y la estabilidad social, es decir, la restauración violenta de la unidad del circuito de reproducción del capital social nacional[15].
Siguiendo al marxista húngaro Gaspar Miklos Tamás, llamamos posfascista a esta corriente[16], que se refiere a una forma de política que combina elementos del neoliberalismo, el nacionalismo, el individualismo libertario y la democracia moderna, al tiempo que excluye formal o informalmente de la ciudadanía a la población excedente consolidada, es decir, a la población que ni siquiera puede vender su fuerza de trabajo para su explotación, que constituye la mayoría de la población de los países más pobres y una parte significativa de la población de los países desarrollados, que sobrevive gracias a la ayuda “humanitaria” y a la economía “informal”.
***
Hasta ahora, hemos esbozado una imagen aproximada de la sombría situación a la que nos enfrentamos. Nuestra crítica de la corriente y el régimen posfascistas que han surgido y se han consolidado en los últimos 15 años, en un periodo de “policrisis” capitalista prolongada, de la que la crisis climática es una de las formas más fundamentales, es un complemento necesario para la crítica de la gestión “normal” de la crisis ecológica dentro de la coyuntura actual, a través de la estrategia del llamado “desarrollo sostenible”, “economía circular”, “Green Deal” y similares. Los dos polos del Estado “normativo” (“arco democrático”) y el Estado “prerrogativo” (posfascistas de todos los colores) no se excluyen mutuamente, sino que se refuerzan recíprocamente. Cualquier intento de sostener una crítica social debe volverse simultáneamente contra ambos polos. El “estado de necesidad” que establece la crisis capitalista y sobre todo su forma ecológica es una acumulación de desastres y ruinas. Sin embargo, la destrucción del equilibrio ecológico planetario sigue siendo hoy “un aspecto concreto de la crítica de la economía política”[17]: “Se puede predecir la entropía, pero no el surgimiento de algo nuevo. El papel de la imaginación teórica sigue siendo el de discernir, en un presente aplastado por la probabilidad del peor de los escenarios, las diversas posibilidades que, sin embargo, permanecen abiertas”[18]. En lo que a nosotr@s respecta, seguimos viendo las posibilidades que pueden abrir las luchas sociales y de clase contra el mundo del capital que necesariamente rechazan todo lo relacionado con el Estado y el nacionalismo.
28 de enero de 2024
Antithesi
[1] Ciertamente, ni el contenido de nuestro conocimiento de la naturaleza ni su existencia material se agotan en la forma social de su mediación, ya que el material del concepto conserva un resto que se resiste a la asimilación completa al concepto. “La naturaleza es una categoría social. Es decir, lo que pasa por naturaleza en una etapa determinada de la evolución social, la constitución de la relación entre esta naturaleza y el hombre y la forma en que tiene lugar la confrontación del hombre y la naturaleza, en suma, lo que la naturaleza significa en su forma y su contenido, su alcance y su objetividad, todo ello está socialmente condicionado”. Lukács, G. (1971) History and Class Consciousness. Studies in Marxist Dialectics, MIT Press. P. 234.
[2] Marx, K. (1981) Capital, Vol. III. Penguin. P. 911.
[3] Lukács, G. History and Class Consciousness. P. 136, P. 214.
[4] Griffin, Roger (2007) Modernism and Fascism. Palgrave, P. 324-326.
[5] Según Adam Tooze, quien popularizó el término, la “policrisis” es un predicamento histórico de múltiples crisis, cuyas causas y procesos están inextricablemente unidos para crear efectos compuestos. A nuestro modo de ver, la “policrisis” es la aparición multivalente de la crisis de reproducción del capital.
[6] Malthus, R. (1998 [1798]) An Essay on the Principle of Population, ESP. P. 27.
[7] Moore, Sam & Roberts, Alex (2022) The Rise of Ecofascism. Climate Change and the Far Right. Polity. P. 44.
[8] “The Growing Role of Minerals and Metals for a Low Carbon Future”, World Bank, 2017. En línea: https://documents1.worldbank.org/curated/en/207371500386458722/pdf/117581-WP-P159838-PUBLIC-ClimateSmartMiningJuly.pdf
[9] Katwala, Amit “The Spiraling Environmental Cost of our Lithium Battery Addiction,” en “Wired”, 5.8.2018. En línea: https://www.wired.co.uk/article/lithium-batteries-environment-impact
[10] Hickel, Jason “The Limits of Clean Energy,” en “Foreign Policy”, 6.0.2019. En línea: https://foreignpolicy.com/2019/09/06/the-path-to-clean-energy-will-be-very-dirty-climate-change-renewables/
[11] Ya en 2003, el senador republicano por Oklahoma James Inhofe afirmó que los partidarios del Protocolo de Kioto para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero pretenden una gobernanza mundial. Ver: https://web.archive.org/web/20070328212952/http://inhofe.senate.gov/pressreleases/climate.htm
[12] Durkin, Martin The Great Global Warming Swindle, documental. En línea: https://web.archive.org/web/20070308093308/http://www.washtimes.com/world/20070306-122226-6282r.htm
[13] El hecho de que una parte no insignificante de la izquierda y de los medios anarquistas también suscriban un anticapitalismo/antiimperialismo populista superficial y/o una crítica neorromántica de la ciencia y la tecnología ha llevado en algunos casos a la adopción de narrativas reaccionarias muy próximas a las seguidas por la extrema derecha. En este contexto, incluso han surgido grupos ecofascistas del entorno anarquista individualista (ITS).
[14] Esta incompetencia se debe a la elección deliberada durante muchos años de subfinanciar servicios públicos esenciales como la silvicultura y la protección contra las inundaciones.
[15] Es importante señalar que esta corriente como movimiento social se proyecta como imparcial, más allá de la división entre izquierda y derecha. Por supuesto, las cuestiones que ha planteado hasta ahora forman parte claramente de esquemas reaccionarios y de extrema derecha preexistentes, como atacar a la “izquierda woke” y a l@s “defensores de los derechos”, cultivar el miedo ante una supuesta “invasión” de inmigrantes y un inminente “bloqueo climático”, crear pánico moral contra las vacunas que alterarán “el cuerpo y el ADN de nuestr@s hij@s”, etc. Sin embargo, en el contexto de su supuesto carácter antisistémico, es importante que esta corriente se presente como una ruptura con la política dominante y afirme que constituye algo que trasciende la oposición tradicional entre izquierda y derecha. De ahí que la participación de algun@s destacad@s “progresistas”, izquierdistas y antiautoritari@s sea tan crucial para su constitución.
[16] Tamás, G. M. “On Post-Fascism”, “Boston Review” (en línea: https://www.bostonreview.net/articles/g-m-tamas-post-fascism/). Aparte de sus importantes diferencias, el elemento común básico entre el fascismo y el posfascismo, que en este último caso justifica el segundo compuesto del término, es la forma dual del Estado. Por un lado, está el “Estado normativo” (Normenstaat), en el que se mantiene el Estado de Derecho para quienes pertenecen a la comunidad política; por otro lado, está el “Estado prerrogativo” (Maßnahmenstaat), en el que el trato a l@s excluid@s de la comunidad política pasa a ser arbitrario y al margen de la ley (sobre este punto, véase Fraenkel, Ernst (1941) The Dual State. A Contribution to the Theory of Dictatorship, Oxford University Press). En el mundo actual, l@s excluid@s de las garantías del Estado de Derecho son principalmente l@s inmigrantes y refugiad@s que son excedentes de la producción capitalista. Sin embargo, la línea divisoria que determina qué parte de la población está bajo la jurisdicción del “Estado normativo” y cuál está bajo la jurisdicción del “Estado prerrogativo” siempre puede desplazarse para incluir a partes del proletariado local. Aquí es necesario ser cauteloso, ya que la retórica de extrema derecha del “tecnofascismo”, el “apartheid sanitario”, el “alarmismo climático es fascismo”, etc., intenta comparaciones inapropiadas e inválidas entre exclusiones reales (refugiad@s de Asia y África, palestin@s en Gaza o judí@s en la Europa nazi) y otras inexistentes (antivacunas, “cristianos blancos”, etc.). Aparte de su valor propagandístico para atraer seguidor@s, esta táctica sirve a un objetivo más fundamental de l@s posfascistas: relativizar y deslegitimar los propios conceptos de “apartheid”, “Holocausto”, “fascismo”, etc.
[17] Situationist International (2003) The Real Split in the International. Pluto Press. P. 24.
[18] Semprun, Jaime & Riesel, René (2008) “Catastrophism, Disaster Management and Sustainable Submission”. En línea: https://libcom.org/article/catastrophism-disaster-management-and-sustainable-submission-rene-riesel-and-jaime-semprun