για την κατάργηση της μισθωτής εργασίας, του χρήματος και του κράτους ─ για τον κομμουνισμό

La negación de la realidad y la realidad de la negación

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LA NEGACIÓN DE LA REALIDAD Y LA REALIDAD DE LA NEGACIÓN

Texto completo en formato pdf

Antithesi/cognord

 

Este texto fue escrito y publicado en griego en septiembre de 2021 con la intención de intervenir polémicamente en el debate sobre las interrogantes que han surgido en torno al virus Sars-CoV-2, las medidas para enfrentar la pandemia y el autoritarismo del gobierno griego. Lo que nos impulsó a escribir este texto fue una mezcla entre perplejidad y tristeza ante el hecho de que much@s compañer@s y amig@s dentro del entorno radical adoptaron una postura negacionista ante la pandemia, mientras que otr@s paulatinamente se adentraron en el conspiracionismo y en absurdidades espeluznantes. Lo que intentamos hacer, por lo tanto, no fue simplemente criticar y refutar estas irracionalidades, sino intentar comprender los diferentes razonamientos que subyacen bajo tales tendencias regresivas. Así, por un lado el texto intenta aclarar qué nos dice la pandemia y su gestión sobre el capitalismo y el Estado contemporáneos, mientras que, por otro lado, se adentra en mares más turbios: ¿Qué nos dice la pandemia sobre los sujetos contemporáneos y las condiciones materiales para el pensamiento y la lucha colectivos?

Debido a que el texto originalmente se dirigía a un público griego, para la traducción eliminamos algunos pasajes relacionados directamente a cuestiones sólo relevantes en Grecia. No obstante, muchos de los puntos planteados aquí también son válidos en otros países, pensemos por ejemplo en las tendencias negacionistas en entornos radicales en Francia –y quizás también en Italia– con muchas similitudes con las tendencias presentes en Grecia. Precisamente fueron estas similitudes las que nos convencieron de la importancia de traducir este texto. Agradecemos a l@s compañer@s de Francia, España, Alemania, Suiza e Italia que expresaron su interés por el análisis aquí planteado. Las similitudes entre diferentes países significan, entre otras cosas, que aproximarse a la situación actual desde un punto de vista centrado en el desarrollo histórico específico de Grecia (como las consecuencias de una austeridad prolongada y la derrota de los movimientos sociales que surgieron contra ella) puede ser problemático. Especialmente si esto conlleva darle prioridad a la situación griega, puesto que hay varias razones que nos permiten ampliar nuestro análisis más allá de los confines helénicos: ante todo la simultaneidad global de la irrupción de un virus contagioso, las diferentes consecuencias relacionadas a esto (tanto en ámbito existencial como material), el miedo y la incertidumbre que esto generó, así como las diferentes medidas adoptadas por el Estado y el capital para reaccionar frente a todos estos acontecimientos.

Puesto que traducir consiste esencialmente en interpretar (y a veces reescribir), la estructura del texto ha sido ligeramente modificada para mejorar el flujo de lectura. Y aunque el texto fue publicado hace casi dos meses, hemos optado por no actualizar ni añadir demasiadas informaciones, aparte de algunos comentarios que señalan cómo desgraciadamente se han ido materializando algunas de las aterradoras predicciones que habíamos hecho. También hemos añadido algunas frases o párrafos aclaratorios para que el texto sea más accesible para un público no griego.

 

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“Aún no me había confesado a mí mismo la complicidad en cuyo círculo mágico cae quien, a la vista de los hechos indecibles que colectivamente acontecen, se para a hablar de lo individual”

Adorno, Minima Moralia

La irrupción del virus SARS-CoV-2 no solo paralizó la economía mundial durante varios meses, provocando pánico en l@s gestor@s de este mundo. Tampoco se limitó a un conjunto de contramedidas estatales contradictorias que algunas veces fueron implementadas y otras ignoradas con idéntica vehemencia. Al igual que cualquier crisis de gran magnitud, la pandemia puso de manifiesto, entre otras cosas, las fuerzas y tendencias presentes anteriormente, ya sea abierta –o subrepticiamente tanto en las relaciones capitalistas de (re)producción, como en los entornos sociales más circunscritos–, por ejemplo, en los espacios políticos radicales. Tomando el ejemplo de Grecia, la crisis generada por el Coronavirus no sólo puso de manifiesto la decisión del Estado de actuar como dispositivo de triaje antes que de integración y el desastroso estado del sistema sanitario tras años de recortes y austeridad sino que también puso en evidencia todas las transformaciones dentro los entornos de extrema izquierda/radicales tras una década de derrota y retirada. Pensamos que el periodo de austeridad no sólo se caracterizó por ajustes en salarios, pensiones y prestaciones sociales, sino que también socavó el propio concepto de comunidad. Las consecuencias de este desarrollo son evidentes hoy en día: a pesar de tener enfrente un gobierno de extrema derecha que ha consolidado su régimen autoritario a través de la destrucción irreversible de la naturaleza[1], el abuso y el asesinato de inmigrantes[2] y la desastrosa gestión de la pandemia del Coronavirus[3], algun@s del movimiento radical creen que el negacionismo pandémico es terreno apto para la acción y resistencia.

El limitado horizonte de much@s radicales no se dejó impresionar ni siquiera por el insólito hecho de que un porcentaje sin precedentes de la población mundial se viera obligada a enfrentar simultáneamente una crisis. Así, en una situación en la que los gobiernos de todo el mundo hacían todo lo posible por mantener la economía en marcha e intentaban distraer del evidente colapso de los sistemas de salud pública tras décadas de “racionalización” (es decir, asfixia fiscal) promoviendo la “responsabilidad individual”, much@s radicales respondieron cuestionando la propia noción de salud pública[4]. En una situación en la que la gestión criminal del gobierno provocó cientos de muertes que podrían haber sido evitadas, much@s radicales pensaron que era mejor cuestionar la propia existencia de la pandemia. Ante el persistente estado de horror que tiene a gente luchando por cada aliento, much@s radicales siguen negando los peligros vinculados al virus.

Las enfermedades contagiosas se diferencian de otras enfermedades en un aspecto esencial: son, por definición, sociales. Presuponen contacto social, convivencia, es decir una comunidad –aunque sea alienada. Sin embargo, lo que la pandemia de SARS-CoV-2 nos ha demostrado es que nos encontramos en un periodo histórico en el que las relaciones sociales son percibidas como un fastidio, como una vaciedad onerosa, como relaciones entre individuos separados rígidamente, individuos inexpugnables y aislados. Sujetos autodeterminados, cuya individualidad no es negociable, individuos ajenos a lo social y no contagiosos. A estas alturas, poco importa si identificamos estas tendencias con la prevalencia de un carácter narcisista o de un imaginario (neo)liberal que mistifica el carácter social de las relaciones capitalistas y de los sujetos que las reproducen.

La crítica radical precisamente pretende exponer la vaciedad de este concepto de individualidad, pues percibe las relaciones sociales como vínculos entre personas sin importar que estos no sean producidos y reproducidos de forma libre y consciente. Pues esto último no impide que sean realmente relaciones sociales y también implica no caer en la falsa noción de que el núcleo central de la realidad social es el individuo.

Es imposible que un individuo tenga un vínculo puramente personal con una enfermedad contagiosa. Por lo tanto, es erróneo creer poder lidiar con una pandemia meramente a través de decisiones personales. Esto es lo que nos permite hablar de negacionistas, un término utilizado para describir tanto a quienes niegan la existencia de la pandemia o el peligro que supone, como a quienes se niegan a reconocer el carácter social de nuestra existencia dentro de la sociedad capitalista. Mayormente, como demostraremos, estas dos formas de negación están interconectadas.

No es casualidad que, independientemente de las interpretaciones políticas actuales sobre la pandemia, estas formas de negación estén omnipresentes y determinen el marco principal dentro del cual se desarrollan todas las objeciones contemporáneas, las cuales nunca son expresadas con mucha franqueza. Por el contrario, la mayoría de l@s negacionistas sostienen que sus críticas apuntan a la gestión de la pandemia. Y aunque no hace falta mencionar que la gestión ha sido (y sigue siendo) catastrófica, mantenerse dentro de este marco es capcioso. Criticar la gestión de la pandemia negando su existencia o el peligro que conlleva es, como mínimo, un enfoque catastrófico en sí mismo. Esto no es sólo perceptible en el acercamiento sin rodeos (y a veces inconsciente) hacia conspiraciones reaccionarias protofascistas; sino que sobre todo refleja y fomenta una comprensión sumamente distorsionada del capital, el Estado y el concepto de existencia colectiva. Encontrar estos posicionamientos dentro de los entornos de izquierda y radicales no es, en sí mismo, nada nuevo. Pero quizás sea la primera vez que han generado tales rupturas dentro de los mismos.

Por todo ello, y antes de proceder a un análisis más profundo sobre los planteamientos detrás del negacionismo, vale la pena profundizar en lo que precisamente ha sido (y no ha sido) la gestión de la pandemia, especialmente desde que se desarrollaron las vacunas contra el SRAS-CoV-2.

Sobre la (no) gestión de la pandemia

En plena temporada turística de verano de 2021, y tras desistir de muchas de las medidas contra la pandemia (rastreo y localización, distanciamiento social, cuarentenas) que, en la primera fase de la pandemia, se habían impuesto con un ímpetu represivo sin precedentes[5], el gobierno griego siguió el ejemplo de muchos otros, y se concentró en las vacunas. Esto implicó una serie de nuevas medidas que fueron aplicadas gradualmente desde principios de septiembre.

La más significativa fue la introducción de la vacunación obligatoria para l@s trabajador@s de la salud, tanto en el sector público como en el privado, suspendiendo el sueldo y el seguro a l@s que no estuvieran vacunad@s. Para l@s que seguían sin vacunarse en otros sectores (como la hostelería, el turismo, la educación, el entretenimiento y el mundo académico), se estableció la obligación de presentar un resultado negativo una o dos veces por semana, examen que debía ser pagado por cuenta propia (en lugar de ser subvencionado por el Estado, como ocurría hasta la introducción de estas nuevas medidas). También se volvió obligatorio presentar un resultado negativo para los viajes de larga distancia en transporte público y para la entrada en lugares públicos, excepto en los restaurantes, los lugares de recreación y entretenimiento, y los recintos deportivos, donde sólo se permitía la entrada a l@s vacunad@s o a l@s que se hubieran recuperado de una infección por Covid. L@s alumn@s no vacunad@s debían realizar dos autoexámenes semanales, disponibles de forma gratuita. Al mismo tiempo, el gobierno permitió a l@s empresari@s demandar un certificado de vacunación (o pruebas negativas) de l@s trabajador@s. En caso de no tener un certificado o una prueba negativa, se imponían multas que variaban según el tamaño y el campo de actividad de la empresa. De este modo, una parte importante de la aplicación de las medidas pasó a manos del sector privado, lo que indica una retirada indirecta del Estado de la llamada “campaña de vacunación”[6].

La propaganda oficial del Estado empleada para justificar estas nuevas medidas fue, como siempre, bastante engañosa, pues se concentró sobre el innegable descenso de la tasa de vacunación durante el periodo festivo[7]. Todo esto sin mencionar la propia responsabilidad por su ridícula gestión de la pandemia. Quedó claro que el gobierno esperaba atribuir el significativo aumento de nuevos casos (así como el subsiguiente incremento de hospitalizaciones y muertes) únicamente a l@s no vacunad@s (una categoría confusa que rara vez separa a l@s que se niegan conscientemente de l@s que no cumplen los requisitos). De este modo, su propia decisión criminalmente estúpida de abandonar efectivamente todas las demás contramedidas durante el periodo turístico quedó al margen[8]. No cabía duda de que esta misma “estrategia” caracterizaría también la gestión de la pandemia después del periodo turístico.

Así pues, las vacunas fueron presentadas irresponsablemente como un pase libre para suspender todas las demás restricciones y medidas, lo cual es completamente contrario a todas las pruebas científicas fiables. El objetivo principal del gobierno pasó a ser, evitar a toda costa un nuevo lockdown. Debido a que la tasa de transmisión de la mutación Delta es mucho mayor y que las vacunas protegen significativamente contra una enfermedad grave o la muerte, pero no eliminan la transmisión, es más que seguro que el invierno que se avecina será devastador[9]. La nueva mutación, el alto porcentaje de no vacunad@s (Grecia tiene la tasa de vacunación más baja de la UE) y el debilitamiento adicional (a través, entre otras cosas, de las suspensiones de l@s trabajador@s sanitari@s no vacunad@s) de un sistema sanitario que ya estaba sobrecargado desde hace año y medio, hace inevitable que pronto nos encontremos en medio de una pesadilla. El hecho de que el gobierno parezca haberse convencido de poder evitar las críticas por la gestión de esta catástrofe anunciada transfiriendo toda la responsabilidad a l@s no vacunad@s demuestra, una vez más, que la principal preocupación del gobierno se limita a la mera comunicación y al control de daños sin ninguna estrategia significativa a largo plazo.

En respuesta a las nuevas medidas estatales y a la continua y contradictoria gestión de la pandemia, surgió un movimiento negacionista que tiene mayor fuerza que durante el comienzo de la pandemia. La vacunación obligatoria del personal de la salud fue el punto de partida de este movimiento que está lejos de ser homogéneo. Como en otras áreas, abarca a gente de la extrema derecha hasta sacerdotes ortodoxos, y desde los izquierdistas/anarquistas hasta l@s propi@s trabajador@s de la salud. Lo que une a estos grupos políticos tan divergentes no es su rechazo común de las políticas autoritarias del gobierno. Es más bien la negación de la pandemia y/o del peligro que supone el virus. Además, todos pretenden defender la libertad individual contra las medidas actuales y creen que la pandemia es un pretexto de las élites (las cuales vendrían a ser las grandes farmacéuticas, las grandes empresas tecnológicas, l@s polític@s que son sus “vendedores cínicos y moralmente corrompidos”[10], o, en otros casos son identificadas con un nuevo orden mundial o el “globalismo”) para imponer una distopía moderna. Detrás de estas tendencias, encontramos una profunda concepción errónea tanto de la relación capitalista como del papel del Estado en ella.

Una reproducción contradictoria

Para cuestionar a fondo la gestión de la pandemia, parece necesario subrayar que el Estado es la forma política de las relaciones sociales de producción capitalistas. Dado que estas relaciones son por definición contradictorias, tales contradicciones se manifiestan también en el plano de la política estatal. En el contexto de una pandemia sin precedentes, por ejemplo, la necesidad de reproducir una fuerza de trabajo sana y productiva puede entrar en conflicto con la necesidad de la continuación ininterrumpida de la explotación capitalista. Dicho de otro modo, la necesidad de la reproducción material de todos los elementos de la relación capitalista puede contradecir la necesidad de aumentar la creación de valor y la rentabilidad. Sobre esta base, la rentabilidad directa y a corto plazo de las empresas capitalistas (incluso las dominantes) puede entrar en conflicto con el mantenimiento a largo plazo de la relación que las sustenta. Esta contradicción se puso rápidamente de manifiesto en los conflictos alrededor de las medidas y políticas introducidas y las contradicciones dentro de las mismas.

El Estado se encarga de aplicar una serie de políticas para resguardar la acumulación capitalista, como por ejemplo el aumento de la productividad del trabajo, la adaptación de la fuerza de trabajo a las necesidades del capital, el perfeccionamiento de la división del trabajo y la reducción de sus costes de reproducción. Pero también se preocupa por su propia legitimidad y la de las relaciones sociales de explotación que sostiene. La coexistencia de estas tendencias se volvió explosiva durante la pandemia. Al final, las políticas que finalmente se impusieron no representaron más que un equilibrio temporal de estas contradicciones, sin ser nunca capaces de superarlas.

Momentaneamente no cabe duda de que todo gobierno desea evitar a toda costa un nuevo lockdown que perjudique aún más la ya tambaleante actividad económica. Esta tendencia ya se puso de manifiesto durante el segundo cierre griego, impuesto en noviembre de 2020, que fue menos restrictivo que el primero, buscando interferir lo menos posible en el proceso laboral y en la acumulación, especialmente en sectores considerados vitales para la economía griega (como el turismo). Este lockdown se centró en las actividades no productivas, es decir casi exclusivamente en las actividades de ocio y tiempo libre y al mismo tiempo reprimiendo las movilizaciones colectivas.

Lo que determinó desde el comienzo la forma organizativa (no medicinal) de la gestión de la pandemia[11] fue la contradicción inherente entre la necesidad de aislamiento social y la aglomeración de la fuerza de trabajo para mantener activa la economía en plano de producción y distribución. De hecho, a estas alturas es bastante obvio que la sospecha y la indiferencia iniciales mostradas por los países occidentales ante las advertencias de un nuevo virus contagioso se deben a las dramáticas predicciones de colapso del PIB mundial, el bloqueo de las cadenas de suministro, la suspensión del comercio y todas las demás formas de interrupción que conllevan los ceses de producción de mano de obra y de valor. Todo esto también puede explicar una serie de medidas contradictorias e ineficaces como por ejemplo la falta de controles de seguridad en los puestos de trabajo, muchos de los cuales siguieron operando cómo si no pasara nada, y la indiferencia (justificada pseudocientíficamente)[12] hacia el transporte público como un evidente foco de contagio, al tiempo que los espacios públicos al aire libre eran controlados estrictamente.

Sin embargo, lo que también es preocupante es que todas estas contradicciones parecen haber puesto a prueba las capacidades intelectuales de algunos radicales, lo cual ha llevado a interpretaciones bastante dudosas que rechazan tanto las (semi)medidas del gobierno como la propia pandemia. Así pues hay quienes afirman que el hecho de que el gobierno use la pandemia como pretexto para aumentar su autoritarismo, evidencia que la pandemia no existe[13] o de que, si realmente existe, sólo es peligrosa para un pequeño y ya vulnerable porcentaje de la población. Esto último mayormente, se lo asociaba (erróneamente) a cuestiones de edad[14]. Por ende, estas posiciones afirman que no hay razón alguna para imponer medidas y cualquier restricción es asociada meramente con el autoritarismo. La alta transmisibilidad, el riesgo y la mortalidad del virus son relativizadas mientras que “proteger” a l@s ancian@s vulnerables (ya estructuralmente descuidad@s), es decir, alejarl@s de nuestro campo de visión, era presentado como única opción viable. Cualquier otra medida, afirmaban l@s negacionistas, tenía como único objetivo ampliar el control y la disciplina del Estado.

En los primeros días de la pandemia, una mezcla de falta de datos creíbles, la incredulidad ante la distopía que se estaba desarrollando y las advertencias de organizaciones e instituciones ya deslegitimadas, desempeñaron un papel crucial en la creación de tales narrativas. Sin embargo, lo más grave fue que estas narrativas fueron reproducidas por personas con pretensiones de “autoridad” científica. Ya en marzo de 2020, por poner un ejemplo claro, y en un momento en el que la mayoría de la gente ni siquiera se había enterado de la existencia del virus Sars-Cov-2 y de la amenaza que se avecinaba, John Ioannidis[15] publicó un artículo en el que advertía de la adopción de medidas exageradas, no efectivas y potencialmente desastrosas para contrarrestar la pandemia[16]. El argumento central era el aparentemente obvio, que no había pruebas suficientes para justificar medidas tan drásticas como los cierres, las máscaras y el distanciamiento social. De forma un tanto desconcertante, esta falta de datos no impidió que Ioannidis sugiriera que no se adoptaran medidas significativas. Aunque parecen tener una argumentación científicamente sólida, las afirmaciones de Ioannidis representaban de hecho un rechazo específico (y políticamente discernible) de los protocolos existentes de gestión de pandemias. Dado que se había detectado que las mutaciones de los virus de la gripe se producían aproximadamente cada década, los protocolos de salud pública existentes en EE.UU. (y en otros países) se han basado en gran medida en la idea de que es mejor tomar medidas drásticas en los primeros días de una epidemia en lugar de permitir que los virus se propaguen, a menudo con tasas de crecimiento exponencial, hasta tal punto que su gestión se haga imposible[17].

Las consecuencias de la implementación del protocolo para la economía son evidentes. Por esta razón, objeciones como las planteadas por Ioannidis no representan meros desacuerdos técnicos o científicos con los protocolos existentes. Más bien, la reticencia hacia la aplicación de tales medidas es concomitante con la contradicción central que hemos identificado, es decir, entre la actividad económica/las ganancias directas (afectadas por el cierre) y la reproducción de elementos clave de las relaciones capitalistas. Ioannidis, y otros como él, tomaron partido en esta disyuntiva.

Aun así, y a pesar de la progresiva toma de conciencia de que una paralización de las actividades económicas era necesaria para evitar una mayor propagación del virus y sus desastrosas consecuencias para la totalidad de la economía capitalista, argumentos como los de Ioannidis han definido desde entonces el marco central de l@s negacionistas: la comparación (contraria a los datos reales) del SRAS-CoV-2 con una simple gripe; el cuestionamiento conspirativo de su tasa de mortalidad; el uso selectivo, malinterpretado o francamente falsificado de datos estadísticos que restan importancia a los riesgos implicados[18]; la promoción de la noción de que sólo las personas mayores con sistemas inmunitarios comprometidos están bajo amenaza. Todos estos argumentos, que desde entonces han sido repetidos ad infinitum por l@s negacionistas de todo el mundo, pueden encontrarse en el artículo de Ioannidis de marzo de 2020[19].

En Grecia estos planteamientos se vieron reforzados por las circunstancias particulares de la primera oleada de la pandemia. En aquel momento, la rápida imposición de medidas por parte del gobierno, casi presa del pánico, el hecho de que el brote se iniciara durante un periodo no turístico con escasos viajes internacionales, y una preocupación generalizada entre la población de que el sistema de salud pública ya estaba diezmado por un proceso de austeridad de una década que llevó a una forma de precaución autoimpuesta, hicieron que Grecia pasara los primeros meses con un número bastante bajo de casos, hospitalizaciones o muertes (en comparación con Italia, por ejemplo). Este éxito (temporal) se ha transformado desde entonces en un peculiar sesgo de confirmación, generando la falsa impresión de que el virus no es peligroso, alimentando los argumentos de l@s negacionistas que, sin embargo, siguen insistiendo en que lo que ell@s rechazan es la gestión gubernamental.

En cualquier caso, estas bajas cifras iniciales condujeron a una eventual disminución de las medidas, facilitada por el deseo de los gobiernos de reabrir durante la temporada turística de 2020, lo cual condujo directamente a la segunda ola de finales de octubre de 2020. Cuando se hizo evidente que esa actitud indiferente no sólo era errónea, sino desastrosa, ya era demasiado tarde; no sólo para los miles de personas que se enfermaron y los cientos que murieron a causa de un virus que much@s todavía lo comparaban con una simple gripe, sino también para tod@s l@s negacionistas que siguieron interpretando la situación en basea la primera oleada, a través de sus anteojeras ideológicas, interpretando los nuevos acontecimientos en base a posiciones que ya habían sido refutadas.

Las realidades divergentes entorno a la gestión de la pandemia

Afirmar que planteamientos como el de Ioannidis o la difundida “Declaración de Great Barrington”[20] han sido “silenciados” o ignorados, presupone un nivel de negación chocante, dado que tales posiciones determinaban claramente –hasta cierto momento– el marco de acción de jefes de Estado como Trump, Bolsonaro y Johnson. Minimizar sistemáticamente la necesidad de las medidas llevó a un tremendo aumento de casos y a un creciente número de hospitalizaciones y muertes, lo que obligó incluso a esos gobiernos a adoptar alguna forma de lockdown y distanciamiento social, lo cual obviamente provocó el bloqueo de las cadenas de suministro internacionales.

Las razones detrás de esto son sencillas: el aumento de las ganancias y la garantización de la reproducción de las relaciónes capitalistas nunca han sido idénticos. A cuales de estos aspectos se le da mayor importancia refleja, entre otras cosas, el nivel y la intensidad de las luchas sociales y la legitimidad de ciertas decisiones. Pero nunca ha sido una opción prescindir conscientemente a gran escala de las medidas necesarias para la reproducción de las relaciones capitalistas para satisfacer a una parte del capital privado o, peor aún, en el nombre de un disciplinamiento abstracto.

Al mismo tiempo, el enfoque inverso que promueven muchas partes de la izquierda es igualmente erróneo. El Estado no es un mecanismo neutral que pueda, bajo las condiciones adecuadas o con un gobierno diferente, ponerse al servicio de l@s trabajador@s. La crítica radical no glorifica un polo estatal preocupado por la reproducción global de las relaciónes capitalistas, ni se engaña pensando que un fortalecimiento del Estado pueda representar alguna victoria para “el pueblo”. Cuando el Estado limita la acumulación de capital privado, no lo hace para defender al proletariado de la explotación salvaje. Lo hace porque su papel también consiste en garantizar la supervivencia a largo plazo de la relación capitalista. Esto a menudo choca con los planes a corto plazo del capital privado (individual) sin importar cuales sean las ganacias producidas por los mismos. El Estado interviene para aliviar la presión social o, en otros casos, para resolver rivalidades intracapitalistas que podrían acabar amenazando el equilibrio entre la acumulación de capital privado y la reproducción en general. Sin embargo el Estado nunca abole esta relación.

No obstante, ni las leyes que rigen el funcionamiento del capital privado (el constante aumento de las ganancias a toda costa), ni el difícil equilibrio que la mediación estatal tiene que mantener, están preparados o son adecuados para hacer frente a alguna crisis grave. El capital privado que no consiga obtener ventajas (a pesar de la ayuda común del marco jurídico y político del Estado) será sacrificado en el altar de la competitividad, mientras que tenemos muchos ejemplos en los que la incapacidad de un Estado para mantener un equilibrio necesario ha deshecho su terreno y se ha transformado en un Estado fallido. En cualquier caso, los límites del intento de mantener la economía abierta y priorizar así una parte de la relación capitalista resaltaron claramente, demostrando que es un imperativo del Estado, proteger la reproducción de la sociedad a gran escala.

Ante tales circunstancias, sería de esperar que quienes insistían que el Coronavirus es una simple gripe que sólo amenaza a l@s ancian@s se detuvieran a pensar y reflexionar. Pues en todo caso, tales posiciones fueron socavadas por el simple hecho de que l@s gestor@s de la economía mundial se vieron obligad@s (aunque fuera a regañadientes y con retraso) a bloquear la actividad económica durante meses y a desestabilizar los mecanismos de producción, distribución y ganancias, mientras que aprobaban el incremento de la deuda pública (algo hasta ese momento impensable) como arma necesaria para hacer frente a las consecuencias de la desestabilización económica sin precedentes. Esta ruptura con la ortodoxia económica, orientada a apoyar económicamente a l@s desemplead@s y a la inversión (pública) en la investigación de vacunas, tuvo lugar en un periodo en el que incluso las economías más dinámicas (como la de Estados Unidos o la de Alemania) ya estaban luchando por gestionar un estancamiento económico prolongado y unas bajas tasas de crecimiento. L@s negacionistas no consiguen responder a la pregunta central de por qué fue necesario un cierre tan dramático de la economía mundial para el avance del autoritarismo.

Lo que más bien presenciamos fue un notable aumento de la confusión que reina con respecto al funcionamiento de la economía capitalista y el Estado. Todo esto flanqueado de un individualismo incuestionable. En lugar de aportes reflexivos se expandieron un sinnúmero de teorías complementarias, que van desde las conspiraciones de extrema derecha/antisemitas en torno al 5G y a Bill Gates, hasta las narrativas de izquierda o anarquistas sobre la Big Pharma, la Big Tech, los nuevos totalitarismos, los “apartheids higiénicos” y el imperativo de “disciplinar” al proletariado[21]. A pesar de sus diferencias en cuanto a contenido y énfasis, todas mantienen el mismo punto de partida: constatan que el virus no es más que un pretexto y, como tal, no es una amenaza real. Sus diferencias residen en el razonamiento sobre lo que realmente es este “pretexto”.

La irrupción de la pandemia no fue un factor exógeno que impactó en una normalidad estable. Fue tanto la consecuencia lógica de la economía capitalista como de las diversas formas en que “la producción capitalista se relaciona con el mundo no humano a un nivel más fundamental, cómo, en definitiva, el ‘mundo natural’, incluyendo sus sustratos microbiológicos, no puede entenderse sin referencia a cómo la sociedad organiza la producción[22]; y un suceso en un periodo histórico que ya luchaba por superar una prolongada crisis económica, exacerbada en casos como el de Grecia por los efectos ya devastadores de un proceso de austeridad de una década.

Especialmente en lugares como Grecia, estos efectos tuvieron varios componentes. Por un lado, hay que recordar que la legitimación ideológica de las medidas de austeridad, que ninguna revuelta proletaria logró contrarrestar, se basó en el tal llamado interés general. La eventual derrota de los movimientos sociales que intentaron frenar las medidas implicó que la política de clase unilateral de este “interés general” no condujo a un fortalecimiento de las luchas proletarias contra el capital y el Estado. La imposibilidad de mantener una comunidad de lucha contra las medidas de austeridad tras la derrota efectiva de las movilizaciones contra los memorandos en el invierno de 2012 jugó un papel decisivo. Lo que presenciamos fue la consolidación de un repliegue hacia formas pequeño-burguesas (preexistentes y filtradas socialmente) de asociación y socialización limitada (familia, pequeños círculos de amigos, el café local) donde, en contraste con la explosión de experiencias colectivas del período anterior, es más fácil mantener una forma de control social horizontal y donde la emergencia agresiva de la identidad individual segregada pero glorificada es casi ineludible.

Los antecedentes sociales de la pandemia

En este contexto, las derrotas acumuladas y la pérdida de perspectiva socavaron significativamente la noción de lo colectivo, tanto como realidad social y como condición necesaria para la resistencia a la maquinaria capitalista. Esto no quiere decir, por supuesto, que antes de la crisis el concepto de existencia y movilización colectiva no culminara a menudo en el apoyo a los partidos/organizaciones políticas (izquierda extraparlamentaria y parlamentaria), o a “l@s insurgent@s” término ambiguo y recurrente muy presente en el entorno anarquista/antiautoritario. Pero aunque la retirada de los movimientos sociales sirvió para reforzar esas separaciones, cabe señalar que el sentimiento generalizado de repliegue que acompañó a las derrotas fragmentó aún más esas divisiones. Esto se hizo muy evidente para la izquierda en el momento en que Syriza fue elegida en 2015, dando lugar a una serie interminable de rupturas y divisiones relacionadas con la proximidad de cada un@ al nuevo aparato estatal. A raíz de este desarollo much@s anarquistas se sintieron convalidad@s para afianzar su aislamiento antisocial y la creencia de que, de hecho, no existe ningún interés colectivo, sino sólo individuos rebeldes que se mueven dentro de pequeñas formas organizativas o a través de redes informales de amig@s.

Existe una cierta inevitabilidad histórica hacia estos repliegues influenciados por una derrota crucial tras una crisis importante. Repliegues que van de la mano de la individualización de la lucha. Sin embargo, estos efectos negativos pueden ser minimizados si, en primer lugar, existe un análisis de sus causas subyacentes y del contexto específico dentro del cual se desarollaron y, en segundo lugar, si se intenta resistir conscientemente a que esta marginación se afianze como única posición desde la cual es posible entender el término social. En cualquier caso, la oposición a la tendencia de promover una posición fragilizada y aislada sólo podrá verificarse (o negarse) en el siguiente ciclo de luchas. En este contexto, si esta época de pandemia nos ofrece algún indicio, es de carácter negativo. Para una parte significativa del movimiento antagonista, el abandono gradual de una visión colectiva dio paso a la consolidación y defensa sin reparos de la autonomía y autodeterminación (individual), o al activismo segregado de la sectas política. En este entorno, lo social ha pasado a ser visto como una intervención exógena o, lo que es peor, una invención ideológica a la par del autoritarismo estatal. Como han dejado muy claro en sus reflexiones e intervenciones, una gran parte del movimiento antagonista no reconoce ningún problema real de salud pública –much@s no tienen concepto alguno de la “salud pública”–. Más bien hablan de un intento de disciplinamiento “biopolítico” y, posteriormente, una serie de exageraciones dirigidas por el Estado y las farmacéuticas con el fin de transformar durablemente la sociedad a través de un virus que supuestamente sólo afecta a una pequeña categoría de personas mayores y vulnerables.

Sin embargo, al calificar a quienes se han tomado la pandemia en serio como partidari@s voluntari@s (o engañad@s) del autoritarismo estatal progresivo[23], l@s negacionistas han creado esencialmente un escenario en el que el Estado puede presentarse como un exponente responsable y racional del “interés general” contra el individualismo irracional. La extensión infinita de la libertad individual como punto de oposición a un malestar colectivo, como la pandemia, refuerza el marco de una guerra de todos contra todos, permitiendo que el Estado aparezca como una mediación (más) racional; y esto en un periodo de creciente insatisfacción y rabia contra los escandalosos fallos del aparato estatal y su gestión de la pandemia. En lugar de un movimiento social que luche tanto contra una gestión orientada a minimizar los trastornos de la producción económica, como por el acceso universal e incondicional a las opciones de protección existentes (desde las vacunas hasta la retirada renumerada del trabajo) y la ampliación de la asistencia sanitaria, tenemos el desarrollo de tendencias que exigen, en nombre de la “libertad” y la autodeterminación, el derecho a fingir que el Sars-CoV-2 no existe.

Un puñado de individualidades

Detrás del uso de conceptos como la “autodeterminación del cuerpo” y la defensa del derecho individual a elegir[24], vemos la antropología desesperada del individuo despierto, perpetuamente a merced de las fuerzas objetivas y efectivamente incapaz de erigir siquiera una fantasía de existencia colectiva más allá del delirio de las individualidades agregadas[25]. La libertad individual no desafía el marco fundacional de su impotencia, al tiempo que deja de lado cualquier obligación, compromiso, responsabilidad y consecuencia concomitantes a la existencia colectiva. Si bien es cierto que los vínculos sociales pueden convertirse en un obstáculo, siguen expresando las conexiones entre las personas y son, por tanto, potencialmente, terreno fértil para la emancipación.

Hay otra ambigüedad dialéctica en el propio concepto de libertad individual. Pues a pesar de que llegó a representar, históricamente hablando, un resguardo contra el autoritarismo clerical y feudal, fue igualmente un vehículo para incrustar relaciones sociales capitalistas de separación mediadas no por la religión o el derecho divino de los reyes, sino por las categorías abstractas de la ley y el mercado. Sin embargo, el negacionismo radical contemporáneo ni siquiera reconoce sus consecuencias sociales, sus límites y su empobrecido horizonte quedan abiertamente expuestos, convirtiéndose en una falsa superación del individualismo burgués. Si el liberalismo se esfuerza por conciliar el vacío del individuo aislado apelando a las universalizaciones abstractas que promueve (ley y mercado), hoy en día ni siquiera se hace tal intento.

Dentro de este contexto también encontramos la formación psíquica del individuo narcisista moderno, y sus intentos desesperados de mantener su integridad contra las incesantes amenazas de desintegración producidas por las presiones del mundo contemporáneo del que, por supuesto, es directamente derivado. Precisamente porque el narcisismo es la pérdida del yo y no su autoafirmación, va acompañado de una apatía selectiva hacia la vida colectiva y apunta a una abolición práctica de la empatía. Al mismo tiempo, la contradictoria sensación de impotencia del individuo también desemboca en una reacción defensiva que genera sentimientos de superioridad sobre los demás. De forma aparentemente paradójica, la exculpación y el ascenso de la libertad individual como oposición al autoritarismo estatal conduce a que desvanezca la subjetividad individual. Las personas sólo pueden funcionar como sujetos individuales (y no como unidades abstractas cosificadas) dentro de procesos y relaciones colectivas no mediadas por el dinero, el mercado y el Estado. Pensemos en los destellos que experimentamos en los antagonismos de clase y las comunidades de lucha que fueron derrotados y disueltos en la década anterior.

A pesar de los argumentos y apelaciones a la “libertad” de l@s negacionistas, si el concepto de realidad, y el significado que busca, son en última instancia asuntos personales y subjetivos, si no tienen referencia a nada fuera de nuestra experiencia personal inmediata, fracasarán estrepitosamente a la hora de ofrecer algún resguardo o apoyo. La constitución del yo y de la libertad individual como portadora de resistencia produce un yo atormentado por sentimientos de humillación y pérdida de control, que busca una “restauración de la justicia” por cualquier medio, y que se dirige contra todo lo que está fuera de su sentido de identidad expansionista. Dentro de este proceso, además produce un entendimiento distorcionado del Estado, del mundo capitalista y de quienes percibe como aliad@s o enemig@s.

Al pasar al lenguaje de los derechos y a la reivindicación de la autonomía de una individualidad entendida como propiedad privada inviolable, se abandona toda perspectiva de emancipación social a través de la abolición de la sociedad de clases y de la propiedad capitalista, lo que impide un ataque colectivo contra los peligros derivados de un virus infeccioso y todo lo que esto implica para la vida humana dentro del marco de las contradicciones capitalistas.

Es más, quienes critican las restricciones y sus consecuencias, simultaneamente negando la pandemia, también ignoran que la libertad individual dentro de la sociedad capitalista es formal y limitada. Nadie elige libre y conscientemente ir a trabajar todas las mañanas tras una reflexión meditada, ni tiene acceso directo a la forma en que se organiza el proceso laboral. La gente se ve obligada a hacerlo para sobrevivir, y son sus luchas colectivas las que determinan en que medida esta coacción será más o menos directa y violenta. En este contexto, el negacionismo en si, no es (ni puede ser) terreno de resistencia contra el Estado y las relaciones capitalistas. Más bien es una forma de proteger una normalidad contra un problema ambiguo (la pandemia global). Para l@s negacionistas, la pandemia es la pesadilla de una sociedad encadenada que lucha por su derecho a dormir.

Antes de la pandemia sólo un puñado de antivacunas muy comprometidos y con puntos de vista bastante confusos habrían considerado la vacunación obligatoria de l@s trabajador@s de la salud como una manifestación de un nuevo orden autoritario en auge[26]. De hecho, si prescindimos del virus, se hace evidente que habría que ser tremendamente torpe para realmente creer que la introducción de medidas de protección contra las enfermedades infecciosas es algo meramente personal. Especialmente teniendo en cuenta cómo esas “elecciones”, incluso entre l@s profesionales de la salud, tienden a ser influenciadas por el círculo vicioso de los medios sociales, en los que predominan ideologías reaccionarias y enmarcadas en un caleidoscopio de la individualidad estéril por doquier.

El trasfondo de tal implantación imaginaria de la autonomía del yo y de una aproximación al cuerpo a través de la terminología del derecho, reconocemos, junto con Dauvé que “El reclamo «mi cuerpo es mío» parte de la creencia de que la revolución burguesa seguirá completándose y perfeccionándose por siempre. Bastaría con pedirle a la democracia que se llene de contenido y  deje de ser únicamente una forma vacía. La crítica radical no descarta tales tentativas: sólo señala sus límites. Cuando resulta imposible reconocer las causas de la opresión, es inevitable que l@s oprimid@s luchen contra sus efectos. En ese caso, reclamar la propiedad privada sobre su propio cuerpo es entendido como resistencia contra su apropiación […] Desafortunadamente esta consigna se revela como una ilusión. La propiedad individual no es seguridad alguna contra la expropiación. […] La reapropiación de un@ mism@ solo puede ser colectiva[27].

Una defensa radical de los derechos individuales no es posible cuando no se reconocen las limitaciones de los mismos y mucho menos cuando su función consiste en disminuir nuestra experiencia colectiva. La percepción extrema (y abstracta) del individuo producida por el imaginario liberal o, lo que es lo mismo, la incapacidad de comprender el carácter social de una enfermedad contagiosa, son requisitos previos para que prospere dicha conceptualización equívoca.

Se sobreentiende que estas falsas individualidades basadas en una empresa, una familia, una tradición, una nacionalidad, una nación o a la sociedad en general, producen opresiones en nombre de un “ser colectivo”, un “nosotros” que no hace más que perpetuar la dominación existente. Pero la respuesta, como señala Dauvé, “no es multiplicar nuevos egos, sino la creación de individualidades no alienadas […] Todo lo positivo que obtenemos, todo lo que es ‘más humano’, es el resultado de acciones colectivas […] Si a alguien pertenecen nuestros cuerpos es a los seres que nos aman y no en virtúd de un ‘derecho’ legalmente garantizado, sino porque nos vivimos y movemos, en cuerpo y alma, básicamente por ellos. Y, en tanto seamos capaces de amar a la especie humana, nuestro cuerpo le pertenece a ella”.

Más que socavar cualquier noción de existencia colectiva o incluso del propio concepto de salud pública, la preocupación y el cuidado por l@s que nos rodean es un elemento no negociable para la crítica radical, precisamente porque considerar las relaciones sociales como obstáculos para el individuo suprime la verdadera riqueza de la experiencia humana. Esta preocupación por los demás nunca se limitó a los diferentes grados de vulnerabilidad, ni dependió de una evaluación exhaustiva de la investigación científica. La ausencia o la ambigüedad de alguna investigación no es razón alguna para prescindir del cuidado humano y de no preocuparse por l@s demás. Resulta desconcertante y profundamente triste ver a personas (especialmente a compañer@s cercan@s) dispuest@s a negociar ese cuidado o preocupación en nombre de una crítica al “totalitarismo científico” o porque impone límites a los egos personales y a las libertades individuales.

Estos posicionamientos no tienen ninguna crítica sistemática del discurso científico, ni representan una desobediencia heroica al autoritarismo del aparato estatal o capitalista. Lo que hacen más bien es una lectura selectiva o confusa de los datos disponibles sobre la pandemia y sus implicaciones sociales más amplias, guiada, sobre todo, por un intento de racionalizar (y rechazar) la pesada carga psicológica que supone el reconocimiento de la distopía en la que vivimos, y el abanico de responsabilidades que se nos ha impuesto de repente[28].

La identidad política del negacionismo

No es casualidad que la extrema derecha domine el movimiento negacionista a nivel mundial pues se trata de un espacio ideológico especialmente susceptible a las conspiraciones como racionalización de una pérdida de control ampliada, con una inclinación subyacente por el disciplinamiento autoritario. Al mismo tiempo, las tendencias fascistas tienen una rica historia de adopción de una política de Thanatos, dirigida tanto contra los que “contaminan” el tejido social o son miembr@s improductivos del mismo. El hecho de que estas mismas fuerzas políticas estuvieran mayoritariamente a favor de la reapertura total de la economía y de la reanudación del proceso productivo a toda costa no fue, naturalmente, una casualidad. Tampoco lo fue que adoptaran con entusiasmo las narrativas de la inmunidad de rebaño, detrás de las cuales apenas se ocultaba su darwinismo social y tendencias hacia la eugenesia.

El auge de movimientos post-fascistas es claramente un fenómeno global[29]. En el caso de Grecia, el movimiento fue impulsado por las masivas protestas nacionalistas contra Macedonia y los pogromos racistas contra los inmigrantes en las islas griegas (y las regiones fronterizas), actividades que transformaron estas tendencias en una fuerza social considerable, que acabó por desbordarse e integrarse en el aparato del Estado[30]. Las universalizaciónes de los individuos aislados y separados dentro del marco social dominante tienden a orientarse en abstracciones religiosas o nacionalistas. Como dicen algun@s compañer@s de Tesalónica, “las comunidades de nacionalistas y religiosas [adquieren importancia] como espacios de refugio que prometen estabilidad, un sentido de protección y una recuperación del control individual/colectivo, [en un momento] en el que todas las demás referencias simbólicas o materiales poderosas (el afecto patriarcal del Estado, sus políticas de bienestar, etc.) parecen derrumbarse[31]. En su intento de reconfigurar esta estructura patriarcal del Estado (es decir la obediencia a cambio de protección), estas perspectivas fascistas encontraron en la pandemia un terreno fértil para su oposición, ya sea copiando conspiraciones extensamente difundidas (judíos-masones, 5G, Bill Gates, Soros) o mediante ofertas identitarias centradas en Grecia (la fe ortodoxa como protección contra el virus, delirios sobre un ADN griego resistente, etc.). Esta turba coordinada trata de “invocar la patria y la ortodoxia […] e incitan a un levantamiento nacional. Tratan de construir obsesivamente un imaginario que esté en condiciones de enfrentarse a un enemigo invisible, cuyos orígenes pueden seguir siendo sombríos, pero cuyos objetivos parecen claros: la fragmentación del territorio griego, la obstrucción de sus rituales religiosos, el estrangulamiento económico de sus sectores más rentables, el sometimiento y el disciplinamiento de un pueblo inherentemente impotente”.

Junto a las tendencias fascistas, podemos presenciar también el circo de los libertarios (cuya preocupación obsesiva es precisamente la defensa incondicional de la propiedad privada y del individuo frente a cualquier noción de interés colectivo y/o de bien común) y, por primera vez en un despliegue tan público, una confluencia negacionista (a menudo llamada “Querdenken”) en la cual l@s fanátic@s de Q-Anon, homeópatas con afinidad hacia el misticismo o antirracionalistas con sensibilidad espiritual, se juntaron a manifestarse contra las medidas estatales, las mascarillas y las vacunas. Encontraron una oportunidad para difundir sus supersticiones de la nueva era, vender recetas de “curación” alternativas y promover tonterías astrológicas.

La verdadera división del movimiento antagonista

Pero, por desgracia, esta chusma de extrema derecha no ha logrado monopolizar el negacionismo. En determinados países (con Francia y Grecia a la cabeza de este fenómeno), una parte desproporcionadamente grande del entorno radical de izquierda/antiautoritario se ha opuesto sistemáticamente a las máscaras, las medidas de distanciamiento social, las cuarentenas e incluso el rastreo de contactos, centrándose en la forma represiva (e irracional) en que se aplicaron en Grecia o, peor aún, cuestionando la propia pandemia. Siguiendo una trayectoria similar a la de la extrema derecha, este contingente también se ha sumado a la oposición a las vacunas y, en otros casos, al “pase verde/sanitario”.

Ya hemos observado que muchos de los que se movilizan políticamente contra todo lo apenas hemos mencionado, tienen una imagen errónea de la sociedad capitalista como una sociedad gobernada por la “Big Pharma”, “Big Tech”, los bancos, los medios de comunicación y los políticos neoliberales (a veces incluso tomando prestado el término de extrema derecha “globalistas”). Al mismo tiempo, al igual que en el caso de la derecha, calificar estos fenómenos como “teorías conspirativas” no sirve de mucho. No porque no se basen en propagar extravagadamente banalidades esencialmente sin contenido (el Estado es un aparato monstruoso, las clases dominantes tienen intereses, la tecnología no es neutral, ad nauseam), sino porque tales modalidades de pensamiento están equipadas de antemano con un automatismo a prueba de fallos que traduce cualquier crítica hacia ellas en una verificación de su “verdad”: se sienten perseguid@s, difamad@s y silenciad@s por oponerse al mainstream. Ser incoherente hoy en día se ha convertido en la vía más directa para convertirse en un mártir[32].

Al mismo tiempo, y a diferencia de la derecha, l@s negacionistas procedentes del movimiento antagonista no promueven el imaginario nacional o religioso como contrapeso al colapso del terreno colectivo/social. Sin embargo, lo que hay que examinar es qué es exactamente lo que contraponen. En algunos casos, las tendencias negacionistas/anti-vacunas de nuestros entornos intentan afirmar que l@s que se movilizan contra las medidas y las vacunas son un sujeto de clase que está (en el mejor de los casos) siendo instrumentalizado por la extrema derecha o la derecha religiosa porque fueron traicionados por la izquierda que apoya indirecta o directamente al Estado. En más de un país, tales argumentos han sido utilizados por (ex) compañer@s para justificar la participación en las mismas manifestaciones que l@s fascistas. Vale la pena señalar, en este punto, que la acusación que se oye a menudo de que estamos “juntando” inexcusablemente el negacionismo de la izquierda y de la extrema derecha, ignora hábilmente el hecho de que a menudo son ell@s mism@s l@s que lo permiten: seguramente no somos l@s únic@s que hemos oído en conversaciones privadas, a (ex) camaradas declarar que “no les importa que estas posiciones sean sostenidas por fascistas si son correctas”, o cosas como “de momento es (desgraciadamente) sólo la extrema derecha la que resiste”. Pero lo anecdótico no está exento de justificaciones teóricas en público: un sintomático texto francés concluye su análisis argumentando que “la población está dividida entre los que perciben que los tecnócratas (en Francia como en otras partes) están dispuestos a hacer absolutamente cualquier cosa para defender el sistema político y económico existente; y los que creen que estos tecnócratas están haciendo lo que pueden en un momento difícil, y que debemos exigir que nos protejan mejor[33].

De forma similar, el colectivo italiano Wu Ming advierte del peligro de desestimar estas movilizaciones, así como de “la facilidad con la que se aplicaron las etiquetas y la adhesión a lo que llamamos la ‘paz social pandémica’”, y añade que estas movilizaciones son “contradictorias pero inevitables”. Interpretando que la presencia de tendencias fascistas sólo es preocupante cuando hay grupos fascistas organizados, Wu Ming concluye que los participantes en estas luchas están esencialmente “preocupados por su propia proletarización” y que “llamar a todo esto ‘fascista’ es al menos un signo de engaño ideológico” procedente de una izquierda que se ha convertido en “partidaria activa del Estado” (Amiech) o en potenciales “guardianes del sistema [y] defensores del statu quo” (Wu Ming)[34].

Otr@s van incluso más allá. Acusando a quienes se toman en serio la pandemia y sus peligros de “serviles”, “colaboradores del Estado”, “totalitari@s de la higiene” y otras tonterías similares, tales negacionistas ignoran deliberadamente las críticas radicales a la gestión de la pandemia, declarando en esencia que la única oposición real a las contradicciónes contemporáneas proviene del rechazo a los encierros, las máscarillas, el distanciamiento social y las vacunas. Diferenciándose con arrogancia de la sociedad “subyugada” y haciéndose pasar por “insurgentes” (una elección de concepto que, en ausencia de una insurrección, resulta particularmente absurda), l@s negacionistas ridiculizan el miedo generado por una enfermedad contagiosa al tiempo que elevan su inflada ansiedad hacia la biotecnología y la vigilancia. En las movilizaciones ven (y celebran) “levantamientos“ contra la distopía tecno-biológica. Por nuestra parte, no vemos cómo un discurso político que emerge de la “investigación“ en línea, los empujones algorítmicos y la magnificación en los medios sociales de las posiciones más absurdas puede describirse como una especie de despertar contra un futuro tecno-distópico de vigilancia masiva[35].

Al cuestionar la gravedad “fabricada“ del SRAS-CoV-2, l@s negacionistas revelan esencialmente un deseo de volver a una normalidad anterior al “totalitarismo higiénico“ y a la imposición del “apartheid“[36], donde no se exigían certificados por parte de los Dr. Mengeles contemporáneos y se podía disfrutar de la vida social sin restricciones ni exclusiones. En otras palabras, una vuelta a la vida antes del Coronavirus.

No queremos poner en duda el deseo de escapar de la distopía en la que vivimos. Sin embargo criticamos la idea de que la salida de esta distopía pueda alcanzarse fingiendo que el virus es “sólo una gripe“, negándose conscientemente a tomar medidas de protección contra él, incluidas las vacunas cuya eficacia contra la infección sintomática, la hospitalización o la muerte está abrumadoramente probada por los datos. No deja de sorprendernos que hayan perspectivas que normalmente son inteligentes y radicales que ahora creen que la respuesta adecuada a los intentos del Estado de reducirlo todo a la “responsabilidad individual“ radica en la libertad personal de indiferencia hacia una realidad social, en lugar de una lucha colectiva que ponga nuestros intereses por encima de los de la economía y sus consecuencias.

Cuando un individuo aislado se enfrenta a la supremacía de la ley (y sus dispositivos represivos), esta infunde temor y sumisión. Sólo la resistencia colectiva puede confrontarla y ridiculizarla. Pero la resistencia colectiva no es el conjunto de libertades individuales aisladas unidas bajo la salvaguardia de un dispositivo político (que es lo que intenta la extrema derecha). Si la crítica y la práctica radical tienen algun papel que desempeñar, no es el de sustituir un dispositivo político (la extrema derecha) por otro (la izquierda) manteniendo intacto el contenido de los mismos, es decir, la libertad individual. Una lucha por la autonomía y la libertad individual contra el funcionamiento mal entendido del capital, el Estado y los desarrollos científicos sólo puede acabar reafirmando el capital en su totalidad.

Semejante concepción del capital, el Estado e incluso de la ciencia es superficial y caricaturesca[37], pues personifica el capital. Y el capital, entendido como sujeto, supuestamente conspira y utiliza la pandemia como pretexto para imponer por la fuerza algo que, de todos modos, ya estaba en su agenda pero no había provocado el tipo de resistencia organizada que justificaría la introducción de medidas disciplinarias que se esconden tras el engaño pandémico. Además, esta concepción del capital como sujeto conspirador encaja en última instancia en un “anticapitalismo“ tanto de izquierdas como de extrema derecha/antisemita, que no es más que un anticapitalismo fetichizado y reaccionario (como ha señalado Postone).

Del mismo modo, el Estado no es concebido como una forma política de las relaciónes sociales capitalistas. Más bien es considerado un instrumento de las élites, algo que recuerda a los peores residuos del pensamiento marxista ortodoxo (por ende, esta concepción implica que un grupo diferente de élites puede obligar al Estado a “servir al pueblo“). Partiendo de este enfoque, podemos identificar un punto clave para los diversos malentendidos y exageraciones en torno a la “política de la disciplina“: dado que el disciplinamiento es entendido como un fin en sí mismo, las intervenciones estatales que garantizan la reproducción social son eliminadas del panorama, al mismo tiempo que la reproducción específica del proletariado –como condición sine qua non de la producción capitalista– es mistificada. Además, estos posicionamientos creen que las autoridades públicas y transnacionales que promueven vacunas supuestamente experimentales o peligrosas están por alguna razón dispuestas a sacrificar la salud y la vida de miles de millones de proletari@s y la mercancía más valiosa para la acumulación capitalista, la fuerza de trabajo, con el fin de garantizar los beneficios de unas pocas empresas farmacéuticas y de grandes empresas tecnológicas.

Como ya hemos señalado, esta desafortunada confusión hace que l@s negacionistas sean incapaces de aceptar y analizar las reconfiguraciones cruciales entre los actores estatales y el capital. Partiendo de un cuento de una agenda de disciplinamiento omnipresente y abstracto dentro del marco du un “fiasco pandémico“, no es posible explicar porque los ejes centrales de la economía política global de las últimas décadas hayan sido paralizados de la noche a la mañana. En este contexto, cambios notables como hacer la vista gorda ante el “desastroso“ aumento de la deuda pública; la intervención directa de los bancos centrales a través de la imprenta de dinero sin condiciones de austeridad o exclusión de los estados fiscalmente “indisciplinados“; la provisión de fondos de la UE en términos de subvenciones (y no de préstamos); nada de esto puede entenderse ni remotamente dentro del marco de una “gripe“ que permite a Big Pharma“ enriquecerse.

Por último, unas breves palabra sobre la ciencia.  En vez de dejarse abrumar por el imaginario de un aparato tecno-distópico que vigila y recoge datos destinados “a entrenar robots y desarrollar los innumerables algoritmos que determinarán lo que hacemos, podemos y queremos“[38], preferimos entender la ciencia simultaneamente como una fuerza productiva, como conocimiento social expropiado y como proceso de producción. En efecto, en el capitalismo moderno el proceso de producción se ha transformado generalmente en un proceso científico. Pero el proceso de producción no es sólo un proceso de valorización, sino también un proceso de producción de valor de uso.

Y estos valores de uso satisfacen las necesidades tanto de la producción capitalista de mercancías como de la reproducción de la fuerza de trabajo. Evidentemente, la ciencia “aparece como un atributo del capital sobre el trabajo productivo“, como “el poder del capital sobre el trabajo vivo“ (Marx, Grundrisse) y de ahí surge la lucha proletaria contra las máquinas y la ciencia como forma de poder del capital y de alienación. Pero al mismo tiempo, es una fuerza productiva social que satisface las necesidades humanas y, en el caso de la medicina y la farmacia, la necesidad más elemental de las personas de mantenerse sanas.

A diferencia de l@s que buscan en la metafísica religiosa la respuesta a los problemas provocados por el virus, la mayoría de l@s negacionistas de derecha e izquierda tratan de contrarrestar las pruebas científicas de los peligros de la pandemia (y de la eficacia de las vacunas) recurriendo a otr@s científic@s. Este enfoque, en la medida en que podemos diferenciarlo de los (múltiples) discursos pseudocientíficos (microchips en las vacunas, personas vacunadas que se convierten en imanes, vacunas de ARNm que cambian el ADN humano, etc.), no sólo se diferencia de las opiniones religiosas autorreferenciales (Jesús nos salvará, la santa comunión no puede ser contagiosa, etc.). También trata de resaltar su credibilidad subrayando que el negacionismo es también resultado de la evidencia científica, con la diferencia de que l@s científic@s “crític@s“ son difamad@s y silenciad@s precisamente porque no se adaptan al discurso oficial.

Un aspecto interesante de este enfoque es el intento de politizar y despolitizar simultaneamente esta perspectiva alternativa y supuestamente no sumisa. Así, vemos que lamenta que el discurso científico oficial (OMS, CDC, etc.) sea profundamente político, al servicio de la opresión generalizada (apartheid, separación, ciudadanía de segunda clase, etc.), al tiempo que se muestra escandalosamente indiferente hacia las posiciones políticas de l@s científic@s que defiende.

El resultado de todo esto es lamentable. Compañer@s que han aportado mucho al movimiento antagonista han acabado reproduciendo y repitiendo las palabras de científic@s con posiciones neoliberales pro-mercado o hasta de extrema derecha. Y, por supuesto, no faltan los charlatanes y aquell@s que aprovechan el miedo y la inseguridad generalizados para beneficiarse económicamente de las dudas que difunden. En cualquier caso, no vemos una crítica sistemática a la razón científica, sino la toma de posición acrítica de cualquier punto de vista que potencie las sospechas preexistentes y alivie de la pesada carga psicológica que supone aceptar la horrible realidad del virus.

Es importante sin embargo recalcar que la crítica de estas posiciones no pretende promover una recepción acrítica de l@s expert@s, ni pretende proponer que los objetivos (limitados) de la ciencia sean aceptados ciegamente. Si la ciencia se presentó en el pasado como una alternativa a sistemas de pensamiento metafísicos desacreditados, como la religión, esto no significa que haya tenido éxito a la hora de ofrecer una explicación coherente y completa del mundo y de nuestra posición en él. En el marco actual, de hecho, la ciencia ni siquiera intenta ofrecer sugerencias para una forma diferente de organizar y reproducir la totalidad de la vida.

Sin embargo, a diferencia de los argumentos de l@s negacionistas, si bien la crítica radical no celebra la autoridad de l@s expert@s o de la ciencia en general, y mucho menos cuando se plantean cuestiones sociales, no se reduce a respaldar y promover la posición de todo no expert@. Cuando Ivan Illich criticaba el hecho de que las nuevas tecnologías médicas supriman las más antiguas, aunque éstas sean claramente más eficaces, no estaba insinuando (como hacen much@s negacionistas hoy en día) que la solución a las enfermedades modernas (como el Covid-19) radica en la aplicación de panaceas o antiguos aceites de serpiente (y a menudo médicamente desacreditados). Rebelarse contra la dominación tecnológica puede crear nuevas formas de comunidad, pero también puede reforzar el nihilismo y una subjetividad confusa y sin fundamento. La irracionalidad nunca fue un buen contrapeso contra la razón instrumental.

El marco en el que se sitúa la crítica de l@s expert@s no es en la idea delirante de que cada un@ de nosotr@s puede expresar opiniones igualmente válidas sobre cuestiones de epidemiología, inmunología o enfermedades transmisibles. Parte, de hecho, del reconocimiento de que toda posición científica existe en un marco histórico determinado y refleja unas relaciones sociales determinadas. La cuestión clave es acertar con el marco histórico y estructural, y no cuestionar evidencias de la medicina tras leer un post en Facebook. En todo caso, y desde un punto de vista puramente metodológico, la dirección de la investigación médica, las inversiones que se realizan y las opciones según las cuales se distribuyen sus resultados, expresan dinámicas y relaciones dadas que están determinadas por el modo de producción capitalista predominante. Esto no significa, sin embargo, que el conocimiento científico, la investigación o sus resultados sean por definición falsos, engañosos, inútiles o hechos a medida para promover intereses oscuros. El instrumento clave de la crítica radical reside precisamente en la exposición de las condiciones sociales en las que se desarrolla el discurso y el trabajo científico, así como en el intento de explicar sus consecuencias más amplias. El intento de desacreditar todos los avances científicos debido a la realidad social en la que son producidos, no sólo está condenado a toparse obstáculos insuperables, sino a fomentar posiciones reaccionarias[39]. Como hemos demostrado aquí, nuestra posición ante las medidas y las vacunas no es el resultado del hecho de que nos hayamos convertido repentinamente en expert@s en epidemiología –aunque esto no significa que seamos incapaces de entender esta rama investigativa. Nuestra posición parte esencialmente del estudio del papel histórico del poder estatal, de un enfoque múltiple de la ciencia dentro de una sociedad capitalista y de una posición comunista entorno al problema de la convivencia colectiva.

Una crítica contra la realidad científica y médica podría adoptar, por ejemplo, basarse en la indignación ante el hecho de que los tratamientos y medicamentos existentes no estén disponibles, por cuestiones de rentabilidad, para las poblaciones que el capital trata como superfluas. Paralelamente, se puede criticar el hecho de que no existiera una preparación seria y sistemática de vacunas o medicamentos para el caso de una pandemia, precisamente porque tal evento era irrelevante e incoherente con la perspectiva de ganancias a corto plazo[40]. Sólo cuando estuvo claro de que era una necesidad directa para luchar contra una pandemia mundial, se destinaron fondos (públicos) casi ilimitados a la investigación de vacunas, con la consecuencia de que ahora hay casi 10 vacunas diferentes y muy eficaces en circulación[41]. En lugar de criticar este interés previamente sesgado de la investigación científica, condenando la falta de acceso al conocimiento científico y al tratamiento en grandes partes del mundo, l@s negacionistas han optado por centrarse en el derecho a rechazar la vacunación basándose en miedos abstractos y en una imagen distorsionada de lo que significa el desarrollo científico[42].

La cortina de humo de la oposición a la vacunación obligatoria

Dado que las medidas del Estado pretenden reproducir sin altos costos y a larga escala la fuerza de trabajo sana y productiva, las recientes medidas en torno a la vacunación pretenden evitar tanto una nueva oleada de muertes como el colapso de la atención hospitalaria, como ocurrió el pasado invierno, y la posibilidad de un nuevo cierre. La vacunación, en la medida en que actúa como prevención eficaz contra el SARS-Cov-2, es la solución más barata dentro del marco del mercado, encajando así en la estrategia más amplia del gobierno de seguir reduciendo (y privatizando) el sistema sanitario. Como ya declaró el primer ministro griego Mitsotakis, no sólo no hay intención de contratar, aumentar el gasto y apoyar el sistema sanitario público, sino que, por el contrario, el objetivo es cerrar aún más hospitales regionales y avanzar en la privatización fomentando la entrada de empresas privadas en los hospitales, permitiendo así que una parte del gasto público estimule la rentabilidad del capital privado[43]. Además, la vacunación no es sólo una solución barata para el Estado, sino también para los capitalistas: a pesar de ser un arma preventiva importante en la lucha contra la pandemia, también es una excusa para abolir las medidas de protección en los lugares de trabajo y, por tanto, para que no vuelva a haber problemas y bloqueos en la producción, la distribución y en las ganancias.

Por último, la reducción de la mortalidad y la prevención del colapso de los hospitales mediante la vacunación masiva también influye en la estabilidad estatal y su legitimación, no sólo porque un desarollo contrario al esperado tendría un alto coste político para el gobierno al socavar aún más la frágil confianza en el Estado, sino también porque permite al Estado presentarse como entidad racional frente a enemig@s desacreditad@s e irracionales. Es también desde esta perspectiva que hay que examinar la campaña de ataque a l@s no vacunad@s: consciente del fracaso de la “campaña“ de vacunación y de los grandiosos planes de vuelta a la normalidad, el Estado conserva un plan de repliegue para que cuando los casos aumenten, y la presión sobre el sistema sanitario se intensifique y el fracaso sea evidente, la responsabilidad ya no sobrecaiga en el aparato estatal.

Lo deplorable de la política de gestión del gobierno (en cuanto a la vacunación obligatoria de l@s trabajador@s de la salud) también se pone de manifiesto dónde un tema prácticamente inexistente se convierto en algo central, puesto que la mayoría de los médicos y enfermeras ya habían sido vacunad@s antes del anuncio de la vacunación obligatoria. Sin embargo, con esta táctica, lo único que se ha obtenido es agrupar al movimiento antivacunas y a la vez cementar una baja tasa de vacunad@s con trágicas consecuencias para la población. Pero esta evidente contradicción no disuade al gobierno, que trata de generar una situación en la que tod@s salgan ganando: si la coerción conduce a un aumento de las vacunaciones, esto implicará que el Estado pueda acercarse al objetivo de evitar otro lockdown y lograr una mayor apertura de la economía; por otro lado, si agrupa y aumenta el número de antivacunas, puede culparlos del aumento de casos, esquivar su propia responsabilidad y justificar el desarollo de una desregulación y privatización ya en marcha. Una vez más el contenido ideológico y espectacular del Estado se ajusta al comentario de Debord que señalaba que la democracia quiere “ser juzgada por sus enemigos y no por sus resultados“. En este caso, el “enemigo“ es el “movimiento antivacunas“.

Pero reconocer estos aspectos apenas mencionados no es suficiente para constituir una crítica radical. A un nivel muy elemental, el hecho de que una forma de protección contra el SRAS-Cov-2 reduzca los costes, genere beneficios y refuerce la legitimidad del Estado no es en sí mismo una razón para rechazarla. Contrariamente a algun@s supuest@s revolucionari@s, no estamos en contra de que el Estado y el capital nos prefieran vivos.

Lo que está quedando siempre más claro con el paso del tiempo es que l@s antivacunas son un enemigo prefabricado. No, por supuesto, en el sentido estricto de que el Estado haya creado este movimiento desde cero y haya conspirado para promoverlo (aunque la Iglesia, como parte del Estado en Grecia, y una serie de organizaciones de extrema derecha al margen de Nueva Democracia desempeñaron un papel central en su formación), sino en el sentido específico de que lo reforzó con el autoritarismo, la opacidad y la absurdidad sistemática tanto de las medidas (y medias medidas) que adoptó desde el comienzo de la pandemia, como de las formas en que aprovechó el fortalecimiento del movimiento negacionista para presentarse como un exponente responsable y racional del “interés general“ frente al individualismo irracional.

Como ya hemos mencionado, la vacunación obligatoria del personal sanitario contra una serie de enfermedades infecciosas ya formaba parte de la legislación europea para proteger a l@s trabajador@s y a l@s pacientes mucho antes de la pandemia de Coronavirus. En muchos países incluso la vacunación de l@s niñ@s es obligatoria para poder inscribirl@s en guarderías o escuelas. Estas medidas que obligan a l@s trabajador@s de la salud a retirarse del trabajo si, por ejemplo, tienen tuberculosis activa, tienen como objetivo, desde el punto de vista del capital, proteger la salud de la fuerza de trabajo para limitar la pérdida de días de trabajo, es decir, la producción de valor y de ganancias. Pero es absurdo no reconocer que también responden a una necesidad colectiva de clase fundamental. ¿Tal obligación fue también una especie de “dictadura“ en el pasado, o sólo lo fue a causa del Coronavirus? Con una pandemia activa que ha cobrado más de 5.3 millones de víctimas registradas (la mayoría de ellas en países con sistemas sanitarios desarrollados), y que mata más de 80 personas al día en Grecia (de media), la vacunación cobra aún más importancia para nuestra salud, aunque está claro que no es una panacea. Cada vez es más evidente que la mejor oportunidad de evitar el reciclaje perpetuo de esta pandemia reside en aumentar el porcentaje de quienes tienen suficientes anticuerpos para minar los peligros del virus, y en este sentido, las vacunas son esenciales.

En este contexto, y desde el punto de vista de los intereses proletarios, no tiene sentido plantear una dicotomía abstracta entre obligación y libertad. El derecho laboral, es decir, la forma cosificada y alienada que adoptan los resultados de la lucha de clases dentro del derecho capitalista, así lo demuestra. En Grecia, por ejemplo, el derecho laboral sigue incluyendo prohibiciones y obligaciones, algunas de las cuales favorecen a l@s trabajador@s: prohíbe los despidos por actividad sindical y las contrahuelgas de l@s empresari@s. El derecho laboral también incluye la libertad individual de cada trabajador/a para llegar a acuerdos con l@s empresari@s que esencialmente violan las leyes laborales y/o los convenios colectivos. De hecho, la apelación a la “libertad del individuo para decidir por sí mismo“ fue un arma ideológica clave para la desregulación del derecho laboral, como quedó en evidencia en el debate sobre el límite de la jornada laboral de diez horas introducido por el gobierno griego. En cualquier caso, la coacción no va necesariamente en contra de los intereses de clase, al igual que el derecho de elección individual no necesariamente favorece los intereses de clase.

Desde una perspectiva más amplia, está claro que el carácter obligatorio del derecho sirve a la reproducción de las relaciones sociales capitalistas. La abolición de este carácter obligatorio y la superación comunista del derecho no radica, sin embargo, en el “derecho a la libertad individual de elección“, sino en la abolición de la separación y la creación de una comunidad real en lugar de la comunidad ilusoria de individuos separados. Todo esto mediante la intensificación de la lucha de clases. Y desde este punto de vista, la dicotomía entre obligación y libertad individual es falsa. Las separaciones impuestas a l@s no vacunad@s no son un mero producto de medidas estatales, sino que expresan la separación como esencia común de los individuos en la sociedad capitalista. El Estado impone la unidad mediante la coacción y la exclusión. En la medida en que l@s antivacunas enmarcan su rechazo entorno a la “responsabilidad personal“, invitan al Estado a presentarse como la única expresión del interés colectivo o social, intensificando así las exclusiones precisamente porque la única unidad que el Estado puede imponer se basa en la exclusión generalizada. La abolición de la exclusión, al igual que la abolición de la coacción, no puede lograrse apelando a su propia base fundacional, es decir, a la “elección personal“ del individuo separado, tanto si hablamos de vacunas como de exámenes o de mascarillas[44]. La abolición de la exclusión como marco necesario de la autoridad estatal exige la creación de una comunidad que funcione mediante una auténtica solidaridad y, por tanto, la asunción de todas las medidas necesarias para contener la pandemia.

Para concluir: lo que está en juego no es el carácter obligatorio de la vacunación en sí, ni el eslogan pegadizo de “resistir al autoritarismo estatal“. Más bien los aspectos más importantes parten de términos concretos y del nivel de aceptación (o negación) del peligro del virus y de la eficacia de las medidas de protección. Por eso nunca antes habíamos visto movilizaciones contra las medidas obligatorias/precautorias existentes para las enfermedades transmisibles como expresiones de estigmatización, separación y “apartheid sanitario“. El “derecho a elegir“ en el contexto actual aparece como el derecho a no tomar medidas para la contención de la pandemia y, por tanto, adquiere (y atrae) fácilmente un contenido reaccionario e individualista, ya sea informado por la ignorancia o, peor aún, por la indiferencia y el darwinismo social.

Desde el punto de vista de la solidaridad de clase y social, la vacunación es un acto evidente para proteger y cuidar a l@s que nos rodean. Su uso y manipulación por parte del Estado no invalida esta realidad. Por esta razón, la antítesis entre el Estado y los antivacunas es falsa. Los antivacunas no están en contra de la gestión estatal de la crisis sanitaria real, ya que en realidad la intensifican, ni analizan la política de vacunación del Estado en sus verdaderas dimensiones.

Posicionarnos contra la gestión estatal de la pandemia, que se dirige contra los intereses y las necesidades proletarias, significa que debemos promover la lucha colectiva por la satisfacción de nuestras necesidades que incluye, pero no se reduce, a la vacunación universal. En lugar de defender los autoengaños de l@s negacionistas que disfrazan su indiferencia ante la pandemia con movilizaciones contra el autoritarismo gubernamental, debemos exigir el acceso universal a todas las posibilidades preventivas y terapéuticas. Como dijo un grupo de trabajador@s sanitari@s en huelga en mayo de 1968, “una verdadera lucha contra la enfermedad, que implicara una extensión considerable de la idea de medicina preventiva, se convertiría rápidamente en política y revolucionaria, ya que sería una lucha contra una sociedad inhibidora y represiva[45].

Las divisiones y antagonismos inherentes a la sociedad capitalista siempre se reflejarán en su forma política, es decir, en el Estado. Cuando estas contradicciones se imponen a través de medidas represivas, los sentimientos antiestatales (también inherentes) llegarán a la superficie y explotarán en formas divergentes de oposición. Sin embargo, fetichizar estas oposiciones, descuidando su contenido subyacente, hace que la crítica sea incapaz de reconocer una verdad histórica: la oposición contra ciertas circunstancias puede ser fácilmente reaccionaria, una categoría que no es exclusiva de los fascistas organizados (aunque claramente no están lejos de ella).

La necesaria oposición al Estado y a su gestión pierde su potencial emancipador cuando es entendida como indiferencia hacia una amenaza real, basada en gran medida en la ilusión de que determinadas individualidades (normalmente, cuerpos jóvenes y sanos) se ven a sí mismas más allá del riesgo. Resistirse a las medidas de precaución efectivas contra un virus transmitido por el aire en nombre de una conceptualización de la libertad que excluye preventivamente a las categorías vulnerables (es decir, proletarias) no puede ser el fundamento de un cuestionamiento radical de la sociedad existente. La descomposición de la existencia y la resistencia colectivas a través de la represión y la austeridad, responsable de producir el marco subyacente en el que tienen lugar las movilizaciones contemporáneas contra las mascarillas y el virus, no puede reconstituirse apelando a la vaciedad de la autonomía individual frente a una amenaza colectiva.

Antithesi/cognord, 23 de septiembre de 2021

 

[1] Todo el norte de Evia, una gran parte de los bosques al norte de Atenas y muchos otros bosques y localidades fueron consumidos por los incendios forestales en el verano de 2021 en toda Grecia. Los incendios quemaron más de 1.200.000 hectáreas de bosque debido a la degradación crónica del servicio forestal y a la ausencia de cualquier medida sustancial de prevención y protección. Durante los incendios, que crearon un ambiente asfixiante en Atenas y en muchas otras zonas durante varios días, la respuesta del Estado fue prácticamente inexistente –aparte de una medida de evacuación (con tintes propagandísticos) de todas las zonas afectadas y del envío de fuerzas policiales a lugares donde se necesitaban bomberos. Esta estrategia tuvo resultados desastrosos, ya que la participación de la población local en la lucha contra los incendios es irremplazable, como se ha demostrado muchas veces en el pasado y durante la catástrofe de este año. Después de los incendios, el gobierno aprobó una ley que, en lugar de reforzar el diezmado departamento forestal, introdujo una institución que será la “patrocinadora de la reforestación” y que se encargará de toda la restauración forestal. Aparte del hecho de que la reforestación artificial de las zonas quemadas sólo debe llevarse a cabo si la reforestación natural fracasa, parece que dicha institución está al servicio de las grandes empresas capitalistas que emprenden proyectos para los cuales es necesario despejar y destruir zonas forestales (minería de oro, producción de energía, etc.). Estas empresas están obligadas por ley a llevar a cabo la reforestación de una zona de la misma superficie a su cargo para restablecer el “equilibrio medioambiental”. Por lo tanto, al asumir el papel de promotor de la reforestación, consiguen cumplir de antemano los requisitos medioambientales y están autorizadas a destruir grandes superficies sin ninguna otra obligación por su parte, ya que la ley no contiene ninguna disposición que impida dicha compensación. Es indicativo que, hasta ahora, empresas como Hellenic Petroleum, Independent Power Transmission Operator, Public Power Corporation y Coca Cola 3E estén entre las primeras en recibir este encargo.

[2] Todos los informes contemporáneos muestran de forma inequívoca que la nueva estrategia de “gestión” de las oleadas migratorias consiste principalmente en expulsiones ilegales que a menudo acaban asesinando a much@s migrantes.

[3] Para un resumen, véase Roufos, Pavlos (2021) “Governing the Ungovernable”, en: “Brooklyn Rail” (abril), <https://brooklynrail.org/2021/04/field-notes/Governing-the-Ungovernable>.

[4] Por supuesto, somos conscientes de que el concepto de salud pública no tiene ningún significado histórico en una sociedad no dominada por el Estado capitalista. Sin embargo, el acto de negar el concepto de salud pública para demostrar su oposición al Estado es tan pubertario (y cercano al libertarismo) como negar el salario basándose en la crítica del dinero. Por nuestra parte, utilizamos el concepto de salud pública no para denotar la gestión estatal de la salud per se, sino para describir la existencia de un carácter social y colectivo de la salud.

[5] El hecho de que el Estado impusiera estas medidas de forma autoritaria e irracional es una expresión de su incapacidad para resolver la naturaleza contradictoria de los objetivos que debe alcanzar simultáneamente, así como un reflejo de los fetiches ideológicos de l@s gobernantes. Sin embargo, es realmente absurdo que todavía haya personas incapaces de comprender que minimizar el contacto social durante una enfermedad contagiosa es una medida razonable, aplicable tanto si hablamos de un Estado capitalista moderno como de una sociedad feudal o incluso del comunismo, y no una expresión de un nuevo totalitarismo.

[6] La cuestión es que la tarea de controlar las tasas de infección, la eficacia de las vacunas y los exámenes ya no recae en un sistema más o menos centralizado, sino que se deja a la discreción de las empresas privadas, bajo la amenaza de multas.

[7] Las 93.000 dosis administradas diariamente en junio pasaron a ser 69.000 en julio y sólo 28.000 en agosto. A principios de octubre, el ritmo diario de vacunaciones había bajado a unas 5.600 dosis diarias (Bouloutza, Penny (2021) “Vacunas en caída libre”, en “Kathimerini”, 14 de octubre, <https://www.kathimerini.gr/society/561538141/emvoliasmoi-se-eleytheri-ptosi/>). A partir de noviembre, una comparación directa es bastante inútil, ya que el suministro de la tercera dosis también ha iniciado.

[8] Quien haya viajado por Grecia durante el verano pudo constatar que no hay controles serios de los certificados de vacunación, de exámenes y de recuperación. Por tanto, la consiguiente explosión de casos en los destinos turísticos no fue una sorpresa. Como suele ocurrir, una situación absurda produce respuestas ridículas: en algunas islas, por ejemplo, las medidas restrictivas contra el aumento de los contagios consistieron en prohibir la música en bares y discotecas (por lo demás, abiertos). Se hizo común que l@s trabajador@s estacionales siguieran trabajando aun estando infectad@s, dado que l@s jef@s no estaban dispuestos a perder sus ganancias. Del mismo modo, l@s turistas que daban positivo en las islas se apresuraban a marcharse, ya que no había infraestructuras ni facilidades para su alojamiento durante una cuarentena (supuestamente) obligatoria de diez días.

[9] Este texto fue publicado a finales de septiembre de 2021. La tasa de infección en ese momento era de unos 1.500 nuevos casos al día. En este momento (principios de diciembre de 2021), la tasa de infección se sitúa en más de 7.000 al día, las hospitalizaciones han aumentado masivamente, las unidades de UCI están totalmente ocupadas y la media de muertes ha alcanzado aproximadamente 90 personas al día.

[10] Amiech, Matthieu (2021) Ceci n’est pas une crise sanitaire: Pourquoi s’opposer à l’installation du pass sanitaire et à l’obligation vaccinale, éditions La Lenteur, P. 27.

[11] Por la parte medicinal esta se concentraba, por un lado, en el absurdo esfuerzo por cubrir las necesidades del sistema sanitario sin tener a disposición inversiones estructurales sustanciales y a largo plazo y, por otro, en el aporte masivo de fondos públicos destinados a la investigación de vacunas.

[12] En un ataque de indiferencia descarada o de espantosa idiotez, el Primer Ministro griego Mitsotakis acudió al Parlamento para anunciar que los medios de transporte no son peligro alguno para infectarse con el virus, citando una investigación realizada en Francia que informaba que “sólo el 1,2% de las infecciones está relacionado con los medios de transporte masivo”. Si el Primer Ministro o sus asesores hubieran leído algo más que el título de la investigación, probablemente se habrían dado cuenta de que se refería a “aeropuertos, barcos y trenes”, y no a autobuses públicos, tranvías o el metro. La investigación se publicó en el “Point Epidemiologique Hebdomadaire” el 1 de octubre de 2020, <https://www.santepubliquefrance.fr/content/download/285453/2749950>.

[13] Como señalaban René Riesel y Jaime Semprún en un texto de 2008 sobre la crisis ecológica y su gestión “presenciamos la nacida de ‘revolucionari@s’ muy peculiares que sostienen que la crisis [ecológica] sobre la que ahora se nos inunda con información es, en última instancia, nada más que un espectáculo, un engaño con el que la dominación intenta justificar su estado de emergencia, su consolidación autoritaria […] el silogismo es el siguiente: dado que la información mediática es evidentemente una forma de propaganda de la organización social existente y que dicha información concede ahora una gran atención a diversos aspectos aterradores de la ‘crisis [ecológica]’, la crisis no es más que una ficción inventada para difundir las nuevas consignas de sumisión. Otr@s negacionistas, como se recordará, aplicaron la misma lógica al exterminio de los judíos europeos: dado que la ideología democrática del capitalismo no era obviamente más que un falso disfraz de la dominación de clase y que dicha ideología utilizó ampliamente durante los años de la posguerra los horrores nazis en su propaganda, los campos de exterminio y las cámaras de gas sólo pueden ser invenciones y montajes”. (Semprún, Jaime y Riesel, René (2014) Catastrofismo, gestión de catástrofes y sumisión sostenible [2008], Roofdruk Edities, P. 16).

[14] Esta idea errónea surge, como muchas otras, de un núcleo de verdad distorsionado. Dado que el sistema inmunitario desempeña un papel en la lucha contra los virus y sus efectos, las personas con sistemas inmunitarios debilitados (como las personas mayores) son, por definición, más vulnerables. Pero la vulnerabilidad no es una categoría que se aplique específica o exclusivamente a las personas mayores. Como dice Dauvé, “al igual que cualquier otra enfermedad grave, el Covid-19 es probable que mate a personas de

bilitadas por la edad, otra enfermedad y/o un estilo de vida debilitante: la mala alimentación, la contaminación atmosférica (que se calcula que mata a entre 7 y 9 millones de personas en todo el mundo), la contaminación química, los hábitos sedentarios, el aislamiento, los ancianos sin trabajo y, por tanto, fuera de la sociedad […] Varios factores no medibles crean conjuntamente un exceso de mortalidad no cuantificable con una dimensión de clase: el desempleo, la vivienda insalubre, la comida basura (la obesidad es más frecuente entre los pobres)”. La vulnerabilidad, en otras palabras, forma parte de la condición proletaria contemporánea. Además, las muertes por Covid no son, ni fueron nunca, la única consecuencia. El Covid-19 afecta a una gran cantidad de órganos y funciones corporales, mientras que las recientes investigaciones sobre el Covid largo (especialmente en los grupos de edad más jóvenes) son cada vez más preocupantes (véase, por ejemplo, la entrevista con Akilo Iwasaki, “¿Qué causa el Covid largo?” “The Naked Scientists” (16 de agosto de 2021) <https://www.thenakedscientists.com/articles/interviews/whats-causing-long-covid>).

[15] Médico-científico grecoestadounidense (N. del T.)

[16] Ioannidis, John P.A. (2020) “¿A fiasco in the making? As the coronavirus pandemic takes hold, we are making decisions without reliable data’”, en: STATNews.com, 17 de marzo, <https://www.statnews.com/2020/03/17/a-fiasco-in-the-making-as-the-coronavirus-pandemic-takes-hold-we-are-making-decisions-without-reliable-data/>.

[17] Cuando un brote de gripe porcina en México en 2009 planteó la necesidad de la aplicación de este protocolo, la administración del recién elegido Obama, que en ese momento estaba lidiando con la crisis financiera mundial, decidió no hacerlo. El hecho de que este brote no se convirtiera en una pandemia confirmó retrospectivamente esta elección y reforzó la noción (en la que se basa Ioannidis) de que ignorar el protocolo representa la opción más sabia. Siguiendo este enfoque, cuando el Sars-Cov-2 fue reconocido oficialmente como una pandemia en los países occidentales, ya era demasiado tarde.

[18] Ser crítico con los datos oficiales puede parecer una actitud razonable, pero no es idéntico a tener una actitud crítica con el mundo que los produce. A menos que se comprendan claramente las posibles razones por las que los datos pueden ser engañosos, se puede (y muchos lo han hecho) terminar fácilmente promoviendo más confusión y pensamiento conspirativo. En el caso de l@s negacionistas, por ejemplo, es más que evidente que su uso selectivo de los datos está orientado a restar importancia al número de casos o muertes, precisamente porque el objetivo subyacente es hacer tambalear la narrativa de un virus peligroso. Este enfoque ignora la posibilidad de que lo contrario sea cierto, es decir, que las propias autoridades oficiales estén publicando cifras que minimizan el número real tanto de casos como de muertes, no debido a ninguna conspiración, sino simplemente a la falta de pruebas y a las dificultades asociadas para registrar las muertes relacionadas con el Covid fuera de los hospitales.

[19] A pesar del registro sistemático de múltiples errores, interpretaciones erróneas o incluso tergiversaciones de datos por parte de Ioannidis, y de los abucheos que recibió de sus colegas, no ha admitido ni un solo error. Escondido detrás de un lenguaje académico formal y a menudo ambiguo, desestima cualquier crítica como un malentendido de lo que dice. Por supuesto, esto no le impidió acercarse a la Casa Blanca con un grupo de asesores en abril de 2020 y tratar de convencer a Trump de que no tomara medidas de lockdown, consejo que el presidente estadounidense adoptó (y con la esperada tragedia que siguió), influyendo en otros líderes como Bolsonaro y Johnson. Últimamente, Ioannidis también ha escrito textos en contra de la vacunación de los jóvenes, argumentando que los que se vacunan no son tan cuidadosos y por eso transmiten más el virus (cf. Ioannidis, John P.A. (2021) “COVID-19 Vaccination in Children and University Students”, en: “European Journal of Clinical Investigation”, Vol. 51, número 11. Curiosamente, el hecho de que los no vacunados transmitan aún más el virus no parece preocuparle. La ambivalencia de muchos de los hallazgos de Ioannidis y la forma en que ha sido utilizado por varios negacionistas del VIH/SIDA y del clima ya fue señalada en 2007. Cf. “The cranks pile on John Ioanidis’ work on the reliability of science”, en “Respectful Insolence”, 24 de septiembre de 2007, <https://respectfulinsolence.com/2007/09/24/the-cranks-pile-on-john-ioannidis-work-o/>.

[20] La Declaración de Great Barrington (GBD) es esencialmente una petición contra el encierro firmada por “miles de científicos”, que promueve la idea de la “inmunidad de rebaño” al tiempo que normaliza la noción de que una estrategia centrada en “medidas para proteger a los vulnerables” es la única estrategia aceptable. El coste humano de seguir esta estrategia laissez-faire en relación con las muertes, las hospitalizaciones y las patologías de larga duración no consta, evidentemente, en sus preocupaciones “científicas”. Apelando a la “autoridad de los científicos” y utilizando el tropo de las relaciones públicas de una “minoría escéptica” y “magnificada” que exagera desproporcionadamente las opiniones contrarias, la esencia de la petición no reside en la (pseudo) experiencia científica de los firmantes, sino en su “persecución” por parte de la corriente principal. En este sentido, la GBD sigue la línea de peticiones similares contra la teoría darwiniana, el negacionismo del VIH/SIDA, las teorías conspirativas del 11-S y, por último, el negacionismo del cambio climático. Para una crítica, véase Gorski, David (2020) “The Great Barrington Declaration: COVID-19 deniers follow the path laid down by creationists, HIV/AIDS denialists, and clime science deniers”, in: “Science-Based Medicine”, 12. Octubre, <https://sciencebasedmedicine.org/great-barrington-declaration/>.

[21] Disciplinar a l@s proletari@s no es, y nunca fue, un fin en sí mismo. El disciplinamiento tiene lugar en el contexto de la reproducción de la clase obrera y tiende a perder su significado cuando l@s proletari@s se enferman y mueren en masa. Estupefactos por algunas lecturas mal digeridas de Foucault, no poc@s radicales han llegado a entender el disciplinamiento como algo independiente de la creación de valor, viéndolo como una meta sin más objetivo o finalidad particular que ella misma. En otras palabras: un proletariado enfermo haciendo cola ante los centros de trabajo cerrados no es un modelo de acumulación capitalista, por muy “disciplinado” que sea. Además, una perspectiva que entiende las medidas tan drásticas como el cierre de la economía mundial como herramienta para “disciplinar” a l@s proletari@s se vería obligado a demostrar, de forma concreta, la existencia previa de una clase obrera indisciplinada en todo el mundo. Se puede hacer un argumento similar sobre el tropo constantemente evocado de infundir deliberadamente la sociedad con “pánico y miedo obsesivo” para instalar un “gobierno a través del miedo”. (Amiech, Matthieu (2021) Ceci n’est pas une crise sanitaire: Pourquoi s’opposer à l’installation du pass sanitaire et à l’obligation vaccinale, éditions La Lenteur) No vemos cómo exactamente las relaciones capitalistas se benefician de un miedo generalizado de estar en la misma habitación con otras personas.

[22] Chuang (2020) “Contagio social: La guerra de clases microbiológica en China”, en: “Chuang”, <https://chuangcn.org/2020/02/social-contagion/>. Vale la pena mencionar aquí la obsesión de rastrear el origen del virus Sars-CoV-2 hasta algún laboratorio secreto. Las mutaciones de los virus son parte de su desarrollo natural como virus. Que estos se desenvuelvan en un periodo históricamente imprevisto, que determinará su gestión (o no gestión), no significa que se creen deliberadamente (y se liberen por error o por voluntad propia) en laboratorios secretos. Como ha demostrado un abordaje serio sobre el tema (por ejemplo, el trabajo de Mike Davis, Chuang, Andreas Malm y Rob Wallace), el proceso de los patógenos que cruzan la demarcación entre animales y humanos (conocido como derrame zoonótico) a causa de la deforestación, es decir, la minimización de la diferencia espacial entre los entornos tropicales y las poblaciones humanas, no es ni mucho menos nuevo y corresponde directamente con el desarrollo de la producción, la circulación y el sometimiento capitalistas. Desde hace más de una década, la literatura científica advierte sistemáticamente que “las enfermedades infecciosas están surgiendo a nivel mundial a un ritmo sin precedentes”, de las cuales las zoonosis ocupan dos tercios.

[23]Una parte de la izquierda (incluidos los medios ‘anticapitalistas’) se ha convertido en su mayor parte en partidarios activos de los tecnócratas en el poder” (Amiech, Matthieu (2021) Ceci n’est pas une crise sanitaire: Pourquoi s’opposer à l’installation du pass sanitaire et à l’obligation vaccinale, éditions La Lenteur, P. 16)

[24] Conviene recordar que, en el contexto actual, el contenido propio de esta “elección” es el derecho a no tomar las medidas necesarias para limitar el contagio o a decidir personalmente cuáles seguir. Nunca se cuestiona la metodología con la que se toman esas decisiones personales.

[25] La caracterización del “movimiento negacionista” como un movimiento razonable y progresivo al que se adhieren parasitariamente la extrema derecha y los ideólogos religiosos demuestra esta confusión.

[26] En Grecia, como en el resto de la UE, el personal sanitario ya estaba obligado a vacunarse (o demostrar que tiene inmunidad) contra enfermedades contagiosas como el sarampión, las paperas, la rubeola, la hepatitis A y B, la varicela (para quienes están en contacto con pacientes de alto riesgo), ciertos tipos de infecciones meningocócicas conjugadas (para los microbiólogos) o el tétanos, la difteritis y la tos ferina. Este requisito obligatorio forma parte, desde hace tiempo, de las medidas y guías orientacionales de la UE en entorno a la protección de l@s trabajador@s y l@s pacientes en vista de la exposición a elementos biológicos. Que sepamos, ninguna de estas disposiciones y obligaciones nunca ha sido calificada como “apartheid higiénico”.

[27] Dauvé, Gilles (2018) “Por un mundo sin orden moral” [1983],  https://lazoediciones.blogspot.com/2019/05/por-un-mundo-sin-orden-moral.html La cita ha sido adaptada por el traductor y difiere levemente de la traducción al castellano de “Lazo Ediciones”. (N. d. T.)

[28] Sería un error no reconocer que el apoyo casi fanático de todas las medidas estatales y sus extensiones medicinales también provienen de una posición similar de miedo. Pero nunca se trató de criticar el “miedo”. Como dice concisamente Théorie Communiste, “hay que tener una cierta relación con la realidad para afirmar que el miedo es un impedimento, como si fuera una elección”. Théorie Communiste (2021) “El conspiracionismo en general y la pandemia en particular”, en “Cured Quail”, < https://curedquailjournal.wordpress.com/2021/02/14/conspiricism-in-general-and-the-pandemic-in-particular/&gt;.

[29] Tamás, G.M. (2001) “What is Post-fascism?” in: “Open Democracy”, (13 Sep.), <https://www.opendemocracy.net/en/article_306jsp/>.

[30] El gobierno de Nueva Democracia ha colocado a tres conocidos políticos de extrema derecha en puestos ministeriales, mientras que muchos de sus diputados regurgitan sistemáticamente los argumentos de la extrema derecha.

[31] “They are hiding something from us”, in: “Tyflopontikas”, Julio 2021, en griego <https://yfanet.espivblogs.net/>.

[32] Un ejemplo típico es el constante lloriqueo por ser silenciad@s, avergonzad@s, excluid@s, etc. El hecho de que exactamente estos puntos de vista sobre la pandemia haya determinado la gestión política (al menos hasta la segunda oleada) en EE.UU., Gran Bretaña, Brasil y otros lugares, o que el acceso abierto a las redes sociales (que aparentemente prefieren) no sólo haya dado una plataforma a esos puntos de vista “alternativos”, sino que los haya inflado hasta un grado impensable, obviamente demuestra que es delirante hablar de “victimización”. Aunque hay, por supuesto, medios de comunicación cuyo objetivo es simplemente difundir la propaganda del gobierno, la queja de la exclusión de los medios de comunicación oficiales es, a decir verdad, un enfoque muy extraño para la gente dentro del movimiento antagonista. La prensa y los medios de comunicación, como instituciones, no son ni órganos de información pública, ni mecanismos puramente de propaganda seca. Por encima de todo, su papel como instituciones es producir consenso. En las condiciones contemporáneas de la democracia espectacular consolidada, donde abundan las ideologías del “debate público” y el libre intercambio de ideas, la promoción de opiniones “opuestas” no es un mero clickbait, sino parte de la producción de consenso.

[33] Amiech, Matthieu (2021) Ceci n’est pas une crise sanitaire: Pourquoi s’opposer à l’installation du pass sanitaire et à l’obligation vaccinale, éditions La Lenteur, P. 23.

[34] Wu Ming (2021) “Conspiracy and Social Struggle”, in: “Ill Will”, 18 November, <https://illwill.com/conspiracy-and-social-struggle>.

[35] Es completamente absurdo ver publicaciones de usuarios verificados en Facebook lamentándose de que el Sars-Cov-2 es usado como excusa para recolectar datos personales.

[36] Debemos recordar que la comparación repetitiva e inflacionaria con las atrocidades del pasado facilita exactamente lo que se supone que debe combatir: relativiza la realidad histórica y contribuye a la normalización de todas las atrocidades.

[37] Leyendo a Amiech, por ejemplo, aprendemos que no se puede confiar en absoluto en la “ciencia” porque ésta ha cometido terribles errores en el pasado. El hecho de que esos errores se hayan descubierto a veces tras un proceso científico no preocupa, obviamente, a esas grandiosas declaraciones.

[38] Amiech, Matthieu (2021) Ceci n’est pas une crise sanitaire: Pourquoi s’opposer à l’installation du pass sanitaire et à l’obligation vaccinale, éditions La Lenteur, P. 16.

[39] La actual “crítica de la razón científica” que promueven algun@s negacionistas es evidentemente contradictoria, nos sigue sorprendiendo que no haya sido totalmente desacreditada. Es erróneo afirmar que la ciencia médica (que es, entre otras cosas, conocimiento acumulado) es única y exclusivamente determinada por la relación capitalista. Sobre la base de tal lógica, deberíamos rechazar todo el desarrollo científico que haya tenido lugar durante el período de dominio del modo de producción capitalista. Por lo tanto, junto con las vacunas, deberíamos empezar a rebelarnos contra toda medicina o tratamiento que exista contra cualquier enfermedad.

[40] Antes de la aparición del Sars-CoV-2, los fondos destinados a la investigación y el desarrollo de medicamentos se dirigían sobre todo a las áreas en las que se calculaban mayores beneficios, como la mejora de productos como los antidepresivos y el Viagra. En cambio, la investigación sobre el ARNm quedó marginada y sin financiación, a pesar de que parece tener un potencial prometedor contra enfermedades y virus como el cáncer o el sida.

[41] El pésimo argumento de que la gestión de la pandemia se elaboró con el propósito de aumentar las ganancias de las “Big Pharma” a pesar de la eficacia de las vacunas no reconoce que algunas multinacionales (igualmente Big Pharma) fracasaron en la producción de vacunas eficaces y, por tanto, perdieron inversiones masivas después de sus estudios clínicos. Por las 10 eficaces que circulan, ha habido al menos 7 u 8 que han fracasado. Pero cuando se personifica el capital tales contradicciones no se perciben en absoluto.

[42] Es ilusorio y falso argumentar que las vacunas contemporáneas son experimentales, la realidad es que nunca ha habido una vacuna más examinadas en la historia de la humanidad. Con 7.500 millones de dosis ya administradas, y un interés por prestar mucha atención a los efectos adversos, estas vacunas están más probadas y son más seguras que la mayoría de los medicamentos que la gente consume a diario. Además, la noción de que las vacunas siguen siendo experimentales porque están circulando tras un procedimiento de Autorización de Uso de Emergencia (EUA) (lo que implica que se han sido aplicados los protocolos normales) no sería tan problemática si los mismos críticos estuvieran dispuestos a aceptar su eventual autorización bajo los protocolos normales o, mejor aún, si los que promueven esas opiniones no propusieran al mismo tiempo medicamentos alternativos contra el Covid (como el remdesivir, la hidroxiclorina y el bamlanivimab monoclonal) que también están circulando mediante una EUA.

[43] Con el pretexto evidente de ocuparse de l@s no vacunad@s, el Estado griego ha externalizado partes importantes del sistema sanitario (como los servicios de limpieza) a empresas privadas. El presupuesto de 2022 votado por el gobierno en noviembre de 2021 prevé una reducción del gasto sanitario de 820 millones, de los cuales 200 millones son una reducción de la subvención regular a los hospitales y 600 millones son una reducción del gasto para hacer frente a la pandemia. Estas decisiones se orientan en la predicción ya refutada, de que la pandemia se acabaría para ese entonces (https://www.news247.gr/oikonomia/proypologismos-oi-dapanes-ygeias-vazoyn-fotia-stin-kontra-kyvernisis-antipoliteysis.9431519.html, en griego). Hay que tener en cuenta que el gobierno está reservando la cantidad anteriormente mencionada de 600 millones de euros como fondo de contingencia para la contratación de personal temporal o la requisición temporal de clínicas privadas. Está claro que quieren evitar a toda costa el fortalecimiento a largo plazo del sistema sanitario público, ya que entra en contradicción con su estrategia de privatización parcial del mismo. Por ende intentan responder a la pandemia exclusivamente con medidas a corto plazo. Las declaraciones del Ministro de Estado, Akis Skertzos, de que “el gobierno no desea crear un sistema sanitario de lujo que será superfluo cuando la pandemia haya terminado”, expresan esta orientación de una manera muy clara (https://www.naftemporiki.gr/story/1796568/a-skertsos-den-uparxei-logos-na-dimiourgisoume-ena-poluteles-sustima-ugeias, en griego).

[44]En última instancia, la ideología del hooliganismo [teppismo] y del crimen, si supera realmente los elementos estilísticos obsoletos de la militancia política, lleva a una recuperación de la subjetividad revolucionaria, convenciéndola de que el comportamiento ‘criminal’ y genéricamente ilegal se expresa en el plano de las opciones individuales, y descarga instantáneamente una tensión positiva. En cuanto uno se conforma con ser el transgresor habitual de toda norma, el ‘delincuente’ convierte su propio proyecto de ser en una simple y caricaturesca desobediencia a lo normativo como tal, que se convierte así, sencillamente, en la norma en negativo: tener en lugar de ser. La compulsión a la repetición es el rasgo miserablemente maníaco que degrada a la rutina, a la repetición nostálgica, la verdadera creatividad insurreccional del golpe”. (Cesarano, Giorgio (2020) Extractos de Apocalipsis y Revolución [1973], en: “EndNotes” 5: “Las Pasiones y los Intereses”, P. 300,).

[45] “Medicine and Repression”, “National Young Doctors’ Center”, 13 rue Pascal, Paris V, 1968, in: Vienét, René (1992) Enragés and Situationists in the Occupation Movement, France, May ’68, Autonomedia, P. 146.